miércoles, 27 de diciembre de 2017

Ruptura en Cataluña

He dejado pasar unos días a conciencia, queriendo reposar los resultados de las elecciones habidas en Cataluña, con la intención de analizar más fríamente lo sucedido y con la vana esperanza de alejar el pesimismo. Pero creo que es inútil. Lo sucedido hace ya casi una semana supone una ruptura de la sociedad catalana tan grave que augura los peores presagios.

Voy a intentar extraer las certezas indudables que sinceramente creo que nadie puede poner en cuestión, independientemente de su ideología.

Primero: 2.063.361 personas han votado por la independencia, el 38,72% del censo electoral y el 47,31% de votantes. Se trata de electores que al tomar su decisión no les ha arredrado la debacle económica intuida tras las declaración unilateral de independencia representada en el Parlament en octubre pasado. Tampoco el ninguno que les ha hecho la Unión Europea. Así que, son personas cuyo deseo de independencia es tan fuerte que ni motivos racionales, como la pobreza o la exclusión de las naciones más desarrolladas, les frena.

Segundo: 2.387.056 personas han votado por formaciones políticas que apoyan el derecho de autodeterminación, el 44,85% del censo electoral y el 54,73% de votantes. Se trata de electores que consideran que ante cualquier problema tienen derecho a elegir quien forma parte del colegio electoral que resolverá la cuestión y a tomar una decisión al respecto, independientemente de que en un mundo globalizado como este afecte a otros muchos.

Tercero: Frente a ellos, existe una amplia representación de la sociedad catalana que en el caso no independentista es mayoritaria, el  41,57% del censo electoral y el 50,74% de los votantes, a diferencia de en el caso soberanista, los partidarios del derecho a decidir: el 35,49% y el 43,32%.

Cuarto: Tal fractura de la sociedad catalana es en gran medida entre el sector rural y urbano. En el primero, los independentistas son abrumadoramente mayoritarios, lo contrario que en el ámbito urbano. Tal diferencia, de resonantes y preocupantes reminiscencias decimonónicas, entorpece la construcción nacional catalana, pero a su vez hace inviable la existencia en ese mundo rural de la nación española.

Quinto: Existen grandes zonas de Cataluña, fundamentalmente el litoral urbano de las provincias de Barcelona y Tarragona, pero también la comarca urbana de Lleida y la de Arán, donde el sentimiento identitario español, compartido con el catalán, está fuera de dudas. Además son zonas de alto valor en cuanto a producción de riqueza.

Sexto: Las opciones que buscaban soluciones federales, tipo los socialistas, o confederales, tipo los comunes, han sido penalizadas por los electores. No representan, hoy por hoy, una solución. Puede que más que por sus planteamientos, por el descrédito de una izquierda que se ha dejado llevar por los cantos de sirena del nacionalismo (derecho a decidir) en el caso de los segundos y que se dejó engatusar en el pasado en el caso de los primeros.

Conclusión: Todo aboca a una dicotomía tremenda, que presagia el enfrentamiento en el seno de la sociedad catalana: la ruptura en Cataluña.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Poco más que una quimera

Uno de los tópicos más difundidos a la hora de hablar de unos resultados electorales es aquel que sostiene que el pueblo nunca se equivoca. Pues, respecto a los comicios habidos en Cataluña no cabe negar que si no ha errado, ha dejado el peor escenario posible: aquel que refleja con exactitud la enorme fractura social existente en aquella tierra, alimentada en las últimas décadas con precisión distópica.

Una división que augura un pésimo porvenir, difícilmente reconducible, y que afectará durante años a toda España y también a Europa. Sus consecuencias, no lo duden, las sufriremos todos. 

Y, ¿por qué es tan negra la predicción? Pues, porque los dos bloques existentes en Cataluña son no solo antagónicos, sino de proporciones similares: un 48% para los independentistas y un 52% para los que quieren seguir unidos a España.. 

El arreglo es poco más que una quimera. 

jueves, 21 de diciembre de 2017

Intolerantes patéticos

Intolerantes patéticos

El espectáculo ofrecido por el equipo directivo del Ayuntamiento de Madrid, liderado por Manuel Carmena, en los últimos días, no deja de sorprender y a la vez permite constatar lo patético que son los intolerantes.

Por un lado, los fieles a la alcaldesa y Podemos. Por otro, Izquierda Unida y Ganemos. La guerra entre ellos no parece tener límites. Tampoco el desgobierno de la ciudad y las negativas consecuencias para sus vecinos.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

Jornada de reflexión

Reflexionar, verbo latino, significa pensar atenta y detenidamente sobre algo. En nuestro sistema electoral el día anterior a unos comicios se dedica a la reflexión, con la intención de que los ciudadanos piensen sobre su voto.

Pues eso, a pensar, no a dejarse llevar por los sentimientos, sin permitir que las emociones nublen nuestra reflexión.

martes, 19 de diciembre de 2017

Espadas en alto

Hoy, último día de la campaña electoral más trascendental para la democracia española desde que esta se restauró en 1977, conviene hacer una reflexión sobre los resultados de la misma. La misma debe incidir en que el 22 de diciembre seguiremos más o menos en la misma situación. Es decir,  que los proyectos independentista y constitucionalista continuarán con las espadas en alto.

Los comicios del 21 de diciembre serán pues una primera vuelta de una tremenda disputa que se recrudecerá fracturando aún más la sociedad catalana. Y así lo será durante años, mientras que no haya mayorías claras, dinámica que indefectiblemente desestabilizará más a Cataluña, pero también a España. Todos pagaremos sus consecuencias. Debemos asumir esa realidad y aprender como contrarrestarla. 

El 21-D tan solo despejaremos dos dudas: si ERC o Ciudadanos es el partido más votado en Cataluña, y si los independentistas revalidan o no su mayoría absoluta en escaños. Dos extremos, no menores, que se juegan el jueves, pero que solo son el resultado de la primera batalla.  

lunes, 18 de diciembre de 2017

Estabilidad y desarrollo

Sebastián Piñera regresa a la Presidencia de Chile tres años después. Se vuelve a producir así la alternancia derecha/izquierda que rige en el país austral desde que regresó la democracia, que puso fin a la aciaga dictadura de Pinochet.

Desde 1990, se han sucedido gobiernos democristianos, como los de Patricio Alwyn y Eduardo Frei, con otros socialistas, como los de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, que han aportado al país la estabilidad necesaria que ha convertido a Chile en una de las naciones emergentes que mayor desarrollo ha conseguido en las últimas décadas. A la vez, ha mostrado al mundo como se pueden cerrar heridas, mirando al futuro.

viernes, 15 de diciembre de 2017

22 de diciembre

Un día después de las elecciones catalanas estaremos en un escenario parecido al del día anterior; es decir, continuaremos conviviendo con un grave problema. Las encuestas publicadas hoy, último día para ello debido a una restrictiva legislación que certifica que el elector es demasiado influenciable, revelan que ninguno de los dos bloques será claramente vencedor, ni el independentista, ni el constitucionalista. Tan solo está claro que los autodeterministas seguirán teniendo mayoría absoluta, con lo que la amenaza del referéndum proseguirá como una espada de Damocles sobre la democracia española.

Que tal cuestión fundamental no esté en discusión, no significa que no haya detalles importantes que todavía estén en juego en las elecciones del 21 de diciembre, en la que todos los sondeos auguran una altísima participación, lo que es un motivo de satisfacción democrática. Entre ellos saber cual partido será el más votado: si ERC o Ciudadanos. Extremo relevante si es el segundo, en la medida en que el discurso independentista tendría que admitir que el manoseado pueblo catalán ha otorgado la mayor proporción de sus votos a un partido español.

Lo mismo con el porcentaje de votos de los dos bloques, cuya horquilla se mueve en unas décimas según las encuestas. No será irrelevante saber si ERC, Junts per Catalunya y la CUP siguen ganando a Ciudadanos, PSC y PP, o si estos logran dar la vuelta a la tortilla. Si fuera la segunda posibilidad, el nacionalismo debería reconocer que su pueblo vota mayoritariamente por partidos constitucionalistas.

Son por tanto, dos matices muy notables, máxime el grado idolatrado que el nacionalismo ha otorgado al reiterado pueblo catalán. En esa medida, y admitiendo que el problema continúa ahí, será bueno despejar algunas dudas sobre los extremos mencionados el 21 de diciembre, el día de la democracia en Cataluña. 

jueves, 14 de diciembre de 2017

El PSOE y la Historia

En el PSOE no saben leer la Historia. Si supiesen no intentarían arañar votos, repitiendo un error. Me refiero al anuncio hecho por el candidato socialista de indultar a Puigdemont y los demás encausados en el proceso soberanista catalán si finalmente son condenados.

De entrada, tal posibilidad debería plantearse cuando ello ocurra. De momento no hay ningún condenado por esos hechos, tan solo investigados. Tal hecho debería tenerse en cuenta, pero aún así el hecho de plantearlo evidencia una lectura histórica poco detallada.

El precedente existente es el de Luís Companys, condenado por el Tribunal de Garantías Constitucionales de la Segunda República a treinta años de cárcel por rebelión. Aquel régimen democrático, además, suspendió la autonomía de Cataluña. Todo ello en el año 1934, que seguramente recordarán por la oleada revolucionaria que se vivió en múltiples lugares de España y que dejó un funesto reguero de víctimas.

En el año 1936, ganó las elecciones la izquierda del Frente Popular, que se apresuró a restaurar la autonomía catalana e indultar a Companys. Los votos tenían la capacidad de revertir las decisiones de la Justicia. Saltarse la ley no implicaba necesariamente un castigo. 

Cinco meses después estábamos pegándonos tiros.  

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Noticia del pasado

Ayer, cuando me enteré de la noticia de un falangista muerto tras una pelea con un extremista de izquierdas que ya había cumplido condena por lesionar a un guardia urbano de Barcelona, por un momento, pensé que estábamos en las primeras décadas del siglo XX, violentos años que presenciaron la Primera Guerra Mundial y alumbraron la tremenda carnicería de la Segunda. Sí, cuando las calles de las ciudades eran el lugar elegido por las ideologías para imponer sus postulados a través de sus respectivas fuerzas de choque: los camisas negras, azules o rojas, haciéndose dueños del espacio público.

Pero, no. Se trataba de hoy en día. Así vamos.

martes, 12 de diciembre de 2017

El fracaso de la Ilustración

El caso de Jordi Borrell es un claro ejemplo. Director del Instituto de Nanociencia y Nanotecnología de la Universidad de Barcelona, profesor titular en esa prestigiosa universidad de Fisicoquímica y doctor en Farmacia. Su currículum evidencia que se trata de una persona ilustrada. Aún así, ha sido capaz de atacar a Miguel Iceta por su condición de homosexual. En concreto, ha aireado los esfínteres dilatados del candidato socialista a la presidencia de la Generalitat.

A tenor de ello, es sensato sostener que Jordi Borrell, una autoridad intelectual en el campo del estudio de los materiales de pequeñas dimensiones, se ha dejado llevar por el sentimiento nacionalista, nublándole el raciocinio.

La cuestión es que tal caso no es tan extraordinario. Se trata de gente sabia en conocimientos que se dejan llevar por las emociones, hasta el punto de despreciar a otros seres humanos por su diferente condición. Llevado al extremo, acordémonos de Bertolt Brecht, ocurrió con los nazis. ¿Cuántos eruditos, melómanos y sabios abrazaron el nazismo y vitorearon aquel Régimen, mientras millones de personas eran enviadas a las cámaras de gas?

Se trata sin duda del fracaso de la Ilustración, el mayor logro de la Humanidad, que descansaba sobre la premisa de que un hombre culto sería un mejor hombre, que a través de la educación redimiríamos al ser humano. Tremenda desilusión.

lunes, 11 de diciembre de 2017

La Declaración Trump

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, votado por más de 63 millones de personas, ha vuelto a reventar los difíciles equilibrios mundiales con su decisión de reconocer a Jerusalén como capital del Estado de Israel. Los motivos para ello, son variados. Además de los intereses económicos, extremo inseparable de la política para el equipo Trump, destacan también los geo-estratégicos, que inciden en potenciar a Israel como líder regional frente a Irán. Tras la de Obama, la nueva administración norteamericana ha vuelto a convertir a Teherán en el enemigo a batir, con gran contento de una Arabia Saudí, que se apresta a colaborar con Israel en tamaña tarea. La Guerra Civil que sacude Oriente Próximo entre sunnies y chiles, es el telón de fondo de esta despiadada partida de ajedrez que suma ya centenares de miles de víctimas.

Tampoco conviene olvidar las razones internas en la decisión de Trump. Sobre todo aquellas derivadas de los grupos protestantes evangélicos norteamericanos, convencidos de que la segunda venida de Jesucristo a la tierra ha de ser precedida de la reinstauración del reino judío con capital en Jerusalén. Muchos de esos creyentes votaron a Trump en las elecciones que le convirtieron en presidente de la todavía primera potencia mundial.    

Todo ello ha llevado a lo que podríamos denominar como la Declaración Trump, estableciendo un paralelismo con la famosa Declaración Balfour de hace un siglo. Entonces, el Reino Unido ocupaba un lugar predominante en el mundo, como hoy lo hace Estados Unidos, que empezaba a ser muy discutida por otras potencias emergentes. Arthur Balfour era el responsable de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña que apoyó la creación de un hogar nacional judío en lo que los británicos denominaban Palestina y que aún pertenecía al Imperio Otomano. Precisamente, en ella subsistía el ansia y la rapiña de Occidente por acabar con ese Estado que había garantizado la estabilidad de Oriente Próximo durante siglos. Pero, los deseos indisimulados del Reino Unido y de Francia de repartirse aquel imperio venido a menos, alentaron causas como la judía y la árabe.

Lo relevante de la Declaración Balfour incidía en que era fruto de una época, marcada por los nacionalismos. Los imperios, motejado de jaulas de pueblos, debían ser extinguidos para que fueran reconocidas las naciones, hecho que traería la paz al mundo y cuya expresión sería la Sociedad de Naciones, uno de los mayores fracasos de la Humanidad. Así como ese mundo de naciones, formado por la aplicación del derecho de autodeterminación.

Balfour entendía el mundo al modo romántico. Todo ser humano formaba parte de un determinado pueblo y solo cabía construir estados basados en ellos. Por ello no era descabellado plantear uno en la antigua tierra del pueblo judío, aunque ahora estuviera habitada por árabes. Eso sí, la solución estaba basada en el proyecto de creación de dos estados, uno judío y otro árabe. Uno al lado del otro, pero no mezclados. Fruto de ese planteamiento, quedaría una Jerusalén no adscrita a ninguno de los dos Estados, incluso con un estatuto de ciudad internacional.

La declaración Trump supone acabar de raíz con el planteamiento iniciado por Balfour. Ahora solo queda un Estado, el judío, con capital en Jerusalén. El problema son los millones de palestinos que se quedan sin Estado.

Edward Said, uno de los intelectuales más renombrados del mundo árabe, siempre criticó la solución de los dos estados, abogando por uno único, democrático, donde la confesión religiosa ocupara un lugar no relevante. Pero, para ello había que presuponer una dimensión racional en el ser humano capaz de ahogar los sentimientos nacionales, algo que el mundo contemporáneo se dedica a desmentir continuamente. Una pena, porque esa es probablemente la única solución: una Jerusalén, capital de un único Estado, democrático, donde sus ciudadanos dejan en casa sus sentimientos, incluidos sus confesiones religiosas. Un avance para la humanidad, sin duda.

martes, 5 de diciembre de 2017

Estulticia suprema

El Reino Unido se encuentra preso de sus propias contradicciones en la negociación con la Unión Europea. La primera ministra estuvo ayer a punto de alcanzar un acuerdo, que fue impedido in extremis por su socio de gobierno, los unionistas norirlandeses. Se trata de un nuevo revés, fruto una vez más de la estulticia.

Theresa May, que disponía de mayoría absoluta optó por unas nuevas elecciones con el objetivo de incrementar aún más su apoyo parlamentario para negociar con mayor posición de fuerza la salida del Reino Unido de la UE. El resultado de tal instrumentalización democrática fue nefasto. La primera ministra perdió la mayoría en la cámara y necesitó de los unionistas del Ulster, los partidarios de mantener Irlanda del Norte bajo la soberanía británica, para poder formar gobierno.

Tras negociarse el monto de dinero que le va a costar el divorcio al Reino Unido, que pendiente de conocerse exactamente superará los 40.000 millones de euros, más de seiscientos euros por cada uno de los británicos, incluidos niños y ancianos, quedaba por cerrar el espinoso asunto de la frontera en la isla de Irlanda. Una frontera, inexistente desde los acuerdos de paz que pusieron fin al terrorismo del IRA, que ahora se convertirá en exterior de la Unión Europea. La República de  Irlanda, cuya posición de fuerza se ha incrementado tras el brexit, se niega a que vuelva a levantarse un límite fronterizo con una parte de la isla irredenta que siempre considerará suya.

El problema intentó resolverlo la primera ministra acordando con la UE que no sería necesaria la frontera, comprometiéndose a coordinar su política sobre el paso de personas y bienes, haciéndola coincidente con la que dicte Bruselas. Pero, los unionistas desconfían, ya que eso supondrá en el futuro una diversificación legislativa entre lo que regirá en Irlanda del Norte y lo que estará vigente en el resto del Estado británico, ensanchando así la brecha entre el Ulster y la isla de Gran Bretaña, anatema para todos aquellos que se niegan a la más mínima diferencia existente entre una y otra parte del Reino Unido.

Ya debe ser triste que el gobierno británico, obligado por un referéndum que dictó la salida británica de la UE en aras de disponer de manos libres a la hora de decidir su futuro, se vea obligado a aceptar la legislación europea para mantener el status quo en Irlanda. Pero todo ello es fruto de otra estulticia. Aquella que llevó al predecesor de Theresa May, David Cameron, a convocar un referéndum para acabar con la contestación interna en su partido, el conservador. De nuevo, una instrumentalización de la democracia que ya pagan los 65 millones de británicos.    

lunes, 4 de diciembre de 2017

Punto de soldadura

El artículo del lehendakari Iñigo Urkullu en El País se inserta de una manera relevante en la reacción fiuerista ante el debate suscitado con la financiación autonómica, a raíz de la crisis catalana, en cuya génesis jugó un papel primordial el malestar económico, sintetizado en el España nos roba, eslogan tan poderoso, como tendencioso.

Lo sufrido en Cataluña en los últimos años ha generado un debate en toda España sobre los ingresos y gastos del  Estado en los diversos territorios que lo componen, complementario con el nivel de descentralización existente. Los excesos en que ha incurrido el nacionalismo catalán han llevado a un rearme del nacionalismo español, poniendo sobre el tapete una centralización, especialmente de determinadas competencias, entre ellas la educativa. Respecto al crucial asunto de la financiación autonómica, vuelven a aflorar planteamientos, como los aportados por Ciudadanos, la formación política con más proyección futura,  que inciden en el espejismo igualitario como solución al defectuoso sistema actual, que indudablemente lastra las posibilidades de éxito de España. 

Uno de los fallos radica en que en las comunidades de régimen común, una administración recauda, la central, mientras que otra, la autonómica, gasta la mayor parte de esos recursos. De tal manera que el ciudadano tiene dificultades para calibrar las responsabilidades de sus gestores. Eso no ocurre en las dos comunidades ajenas al sistema general;: País Vasco y Navarra, donde las diputaciones de las cuatro provincias son las competentes a la hora de cobrar los impuestos a los ciudadanos residentes en su respectivo territorio.

Eso es debido a las pervivencias foralistas, concretadas en el Convenio Económico y el Concierto Económico. El primero, en Navarra, y el segundo, en las tres provincias vascas. Tales instrumentos económicos fueron creados a la par de la construcción nacional española. El navarro a partir de la ley de 1841, que reguló las relaciones de Navarra y el Estado, convirtiéndose en provincia el viejo reino e integrándose así en el Estado-nación español. Y los vascos desde la ley de 1876 que estipuló la obligación contributiva de los vascongados al erario estatal. Es decir, antes de esas fechas, ni vascongados, ni navarros aportaban fondos a España, aunque sí lo hacían a sus reyes respectivos, los castellanos en el caso vasco y a los monarcas propios en el caso del viejo reino, que desde los Reyes Católicos coincidieron.

Esa fue la situación que se encontró la nación española, cuando se constituyó a partir de 1808. Pero aquel Estado liberal, tampoco aspiró claramente a una homogeneización, aunque fue impulsando progresivamente una construcción estatal globalizadora. Además, hay que tener ene cuenta que el pago de impuestos fue una realidad ajena a la inmensa mayoría de los ciudadanos. Durante todo el siglo XIX y gran parte del siguiente, el XX, la población afectada por la contribución de impuestos directos fue mínima en toda España, quedando reducida a las rentas más altas. Situación que cambió a partir de la Transición Democrática, cuando se generalizó el pago de todos los ciudadanos, pero alaveses, guipuzcoanos, navarros y vizcaínos lo siguieron haciendo a sus respectivas haciendas provinciales, salvo el paréntesis franquista en lo que se refiere a Guipúzcoa y Vizcaya, tras el castigo del dictador a aquellas dos provincias, que fueron tildadas de traidoras en la Guerra Civil.

Eso es lo que hay. Una situación derivada de los derechos históricos forales, reconocidos en la Constitución de 1978. Es decir, tales circunstancias son sobrevenidas y la nación española se encontró con ellas. 

Otra cosa es la interpretación que de las mismos se da. Tanto el Concierto como el Convenio suponen una negociación basada en cuánto aportan esos territorios al Estado por las competencias no transferidas, fundamentalmente Defensa y Exteriores. Desde la creación de tales instrumentos económicos, el fuerismo ha dado una interpretación bilateral de tales negociaciones, al entender que ambas partes disfrutan de un estatus paritario; es decir, una consideración igualitaria del Estado y provincia particular. Pese a que haya historiadores y juristas que lo nieguen, en el caso navarro, la ley de 1841, denominada significativamente paccionada, ha tenido tradicionalmente dicha lectura, alentada por todo tipo de regímenes, incluido el franquismo, que entusiásticamente secundó tal interpretación, dentro de su retórica de halagar a una provincia que contribuyó decisivamente a su triunfo en la última contienda fratricida. En el caso vasco es aún más discutible, ya que en el primer concierto, el de 1878, no hubo ningún reconocimiento a tal bilateralidad, pero de hecho el Estado español la fue admitiendo a lo largo del final de aquel siglo y durante todo el siguiente, en el caso alavés, y con el mencionado paréntesis franquista, en el guipuzcoano y  vizcaíno.

Ese es uno de los rasgos que más destaca Urkullu en su artículo, lo que en la práctica se traduce en un sistema confederal con España, en el que el lehendakari aprovecha para dar un paso más e intitular a Euskadi como una de las dos partes, cuando en puridad foral lo serían cada una de las provincias vascas. Tal pretensión ha sido definida como la Nación Foral Vasca, alentada precisamente por el propio Urkullu.

En lo que no caben dudas, a mi entender, es en el aviso del lehendakari, cuando califica el Concierto como el “punto de soldadura” entre España y el País Vasco.  Aquí no caben incertidumbres: la hipótesis de abolir el Concierto a la luz del debate sobre financiación existente, se saldaría con un aumento sustancial del independentismo vasco. Hoy, por hoy, el Concierto es lo que suelda ese territorio con España. Probablemente, lo único.

Sería insensato, por tanto, ponerlo en cuestión. La reforma de la financiación no debe incurrir en vestir un santo para desvestir a otro. España no debe hacer las cosas tan mal como para verse obligada a elegir entre Euskadi y Cataluña. En el siglo XVII, tuvo que hacerlo trágicamente entre Portugal y Cataluña, con el resultado conocido: la pérdida de Portugal, un reino que se había expansionado por todo el mundo, anunciando la globalización futura y logrando réditos cuantiosos a través del comercio. 

España tiene graves desigualdades territoriales, algo que padecen también otros muchos estados, como el ejemplo italiano atestigua. En nuestro país, tan solo hay dos comunidades que por riqueza y población pueden paliar tal hecho. Las dos sufren de una clara descapitalización debido a que sufragan las carencias de otras regiones. Son Madrid y Cataluñas. Por eso, la propuesta de Urkullu, en su escrito, de generalizar el Concierto y otorgárselo a Cataluña, supondría en ls práctica que solo quedaría Madrid para combatir las desigualdades existentes en España. Tamaña empresa quedaría muy por encima de la capacidad de Madrid y se traduciría en una quiebra de España.

Pero, tal constatación, que juega en contra de otorgar el Concierto a Cataluña, no debe llevarnos a adoptar la postura contraria en aras de la igualdad, consistente en abolirlo para las provincias forales, porque ello fundiría el punto de soldadura con el País Vasco, peligro que los planes de algunos pueden concretar. 

viernes, 1 de diciembre de 2017

Peliaguda decisión

La decisión que tome el juez Pablo Llanera respecto al futuro inmediato de los ocho exconsejeros del gobierno de la Generalitat que dirigió el proceso soberanista y los dos exresponsables de las asociaciones que han implementado en la calle las decisiones independentistas, será una de las más relevantes que adopte el más alto tribunal de justicia español. 

El magistrado Llanera debe decidir si continúan en prisión o les deja libres bajo una fianza. El juez ha comunicado a sus abogados que la resolución será comunicada el lunes, otorgándose así un fin de semana para reflexionar. 

Sin duda que no será una decisión fácil. El juez debe  ponderar el acatamiento por parte de los inculpados del articulo 155 y entrever los matices de su abjuración de la vía unilateral independentista. Cuestión peliaguda, a la que no conviene apresuramientos. Por ello, la decisión de aplazar al lunes el fallo debe ser aplaudida. Desde que el Tribunal Supremo asumió este caso de rebelión, se ha caracterizado por la mesura. Es lo propio de un Estado de derecho.