sábado, 14 de junio de 2025

El rey está desnudo

De repente, políticos, periodistas, empresarios y resto de la élite dirigente del país se ha caído del guindo y ha constatado sencillamente que Pedro Sánchez, un dirigente que ha hecho de la resistencia su divisa, está desnudo; parafraseando al cuento de Andersen.


Es sorprendente y decepcionante que la clase dirigente de nuestra sociedad haya tenido que esperar a la implosión del caso Santos Cerdán para admitir una evidencia: Pedro Sánchez no está a la altura de encabezar el gobierno de España. Es cierto que a parte de esa élite, incluidos muchos periodistas, les ha podido la ideología que a modo de cegadoras anteojeras oscureció su raciocinio. Pero, también los ha habido entre aquellos donde no predomina la ideología e incluso entre aquellos que llevan años engordando el antisanchismo y que ahora, de repente, constatan que la capacidad de liderazgo del presidente es infinitamente más débil de la creída, que, en suma, no es un aceptable gestor de personas y equipos.


Porque al final esto sí va de personas, pese a que el propio Sánchez hiciera pivotar su argumentación negándolo en un vano intento de crear un cortafuegos con su sonada intervención ante la prensa en la sede del Partido Socialista. Va de un dirigente que ha sido incapaz de liderar una estructura ajena a la corrupción, no solo una vez sino en dos ocasiones. Incluso, de creer su palabra, el todopoderoso Pedro Sánchez, todavía desconocía en la misma mañana en que se hizo público el informe de la Guardia Civil, la devastación que se le venía encima.


A él, pero sobre todo a un Partido Socialista cuyo hundimiento será aún mayor cuanto más prolongue la agonía Pedro Sánchez. Y eso ya, efectivamente, es más relevante que las personas, porque la restauración democrática ocurrida hace cuarenta años ha estado basada permanentemente en la alternancia en el poder de dos partidos, representantes de las dos ideologías predominantes en nuestro país, y que ambas llevan casi ya un siglo demostrando en Europa que su alternancia es la única manera de conducir los asuntos públicos en un marco democrático y de derecho.  


Dejar enormemente mermada una de esas patas, es el mayor crimen que puede cometer una persona, porque esto sí va de personas. De una que está desnuda.

jueves, 8 de mayo de 2025

León XIV

Robert Prevost, el nuevo Papa, ha mandando su primer mensaje con el nombre escogido como Sumo Pontífice: León XIV.  Eso nos indica la orientación social que insuflará a su apostolado, refrendado por las dos menciones a su antecesor, el Papa Francisco, que ha hecho en sus breves palabras pronunciadas desde el balcón de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.


La protección de los más desfavorecidos de la sociedad en un mundo en paz no puede dejar de ser la principal acción de la Iglesia en el mundo en el que vivimos, marcado por el capitalismo económico, cuya expresión más soez la encarna hoy en día Donald Trump, compatriota del nuevo Papa. Lo es desde 1891, cuando León XIII, predecesor onomástico, publicó de Rerum novarum, sobre las Cosas nuevas, referidas al movimiento obrero que había surgido en el mundo industrializado, indicando la apertura de la Iglesia a lo social. Desde entonces, la Iglesia se ha volcado en esa dimensión, como ejemplifican Pío XI con Quadragesimo anno, Benedicto XV con Pacem Dei Munus Pulcherrimum, Juan XXIII con Mater et Magistra y Pacem in terris, y Pablo VI con Populorum progressio; estos dos últimos con el aldabonazo que supuso el Concilio Vaticano II. Todos ellos desarrollaron la doctrina social de la Iglesia, de más de un siglo de existencia, aunque algunos solo la advirtieran con el Papa Francisco.


martes, 18 de marzo de 2025

Tropezar en la misma piedra

Es difícil de explicar como Alberto Núñez Feijóo puede volver a equivocarse y sobre todo intentar comprender que ascendiente tiene Carlos Manzón sobre el líder nacional del PP para que este se haya apresurado a respaldar el pacto de presupuestos alcanzado por el presidente de la Generalitat valenciana con Vox e incluso insinuar que puede extenderse el modelo en otras comunidades autónomas.


A un mes de las últimas elecciones generales, aquellas en las que el PP se quedó a las puertas de la Moncloa, Mazón forzó su elección como presidente valenciano con el apoyo de Vox con un pacto de investidura, a costa de facilitar que el PSOE de Pedro Sánchez implementara una estrategia consistente en identificar al PP como un partido que había caído en las garras de la ultraderecha y arrebatar a Feijóo un considerable voto de españoles centristas, tal vez los suficientes para impedirle gobernar y permitir a los socialistas edificar la mayoría alternativa en el Congreso que apoya al gobierno socialista.


Ahora, Mazón ha consolidado su posición como presidente de la Generalitat con un nuevo acuerdo con Vox, en asuntos tan sensibles como la emigración y la agenda verde europea, que pese a no ser nada populares, son necesarios desde un punto de vista de política institucional, y sobre todo van a permitir a Pedro Sánchez volver a señalar al PP como el partido que asume los postulados ultras. 


Todo ello, cuando hasta ayer nadie daba un duro por el futuro político de Mazón. Tampoco se entiende que Feijóo no hubiera acabado antes con el político valenciano, a quien su gestión de la dana condenaba a una irrenunciable destitución, independientemente de que las responsabilidades por aquello no se agotaran en él y pudieran diversificarse, especialmente por la sensación de desamparo que tuvieron muchos valencianos los días siguientes.


Uno mira con envidia a Alemania, donde los dos partidos centrales del país colaboran y construyen consensos en las grandes cuestiones de Estado. Aquí, en cambio, seguimos tropezando en la misma piedra, eligiendo como compañeros de baile a los extremistas. Unos y otros.

jueves, 20 de febrero de 2025

La estrategia antiamericanista

Pedro Sánchez ha vuelto a demostrar su capacidad para olfatear, adelantarse y presentarse al frente de los estados de opinión pública. Lo ha hecho, de nuevo, con el antiamericanismo redivivo en nuestro país tras la asunción de Donald Trump de la presidencia de los Estados Unidos y sus primeras decisiones que han desatado la repulsa en amplios sectores sociales europeos. En poco tiempo, la gradación del combate dialéctico del presidente del Gobierno se ha incrementado: lo que empezó siendo una crítica a la oligarquía tecnológica, ya es un ataque frontal contra el propio dirigente de los Estados Unidos.


No es que tal antiamericanismo sea algo nuevo en nuestro país. Sus raíces se pueden hallar en 1898 con la guerra que enfrentó a España con Estados Unidos y que supuso la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Aquella contienda suscitó el unánime rechazo de la sociedad española ante la violencia de aquel país emergente que iniciaba su andadura en la política internacional, tan solo matizada por unos incipientes partidos y sindicatos de izquierda que mostraron su rechazo al envío de tropas a aquellos territorios.  Sin embargo, el antiamericanismo no tardaría en extenderse entre esa propia izquierda, algo que al menos hasta la Segunda Guerra Mundial había sido privativo de la derecha, cuyos sectores más fundamentalistas apoyaron a Alemania, enemiga de Estados Unidos en aquella conflagración, enviando incluso al frente ruso la División Azul. No obstante, acabada la guerra, Franco, que también sabía moverse, vio que el viento había cambiado y tuvo la habilidad de posicionarse a favor de los vencedores americanos, logrando el perdón de sus mandatarios que apoyaron a un régimen que dejó de ser totalitario, sin dejar de ser dictatorial. Motivo para que la izquierda abrazara el antiamericanismo, especialmente álgido en el tardofranquismo. Recordemos las campañas contra las bases americanas y, entrando ya en la transición democrática, contra la OTAN, vista como una organización esencialmente instrumentalizada por los Estados Unidos para confirmar su mando sobre Europa.


Ahora, Sánchez asume plenamente los postulados antiamericanistas, lo que le permite reducir aún más el espacio a su izquierda, incapaz de modificar su pacifismo ingenuo que la tragedia de Ucrania hace y hará más evidente. Pero sobre todo, elimina el oxígeno de una derecha que una vez más ha sido cogida a contrapié y que se limita a enviar el débil mensaje de que lo mejor para España sería hacerse pequeñita y no destacar en las críticas al todopoderoso Trump, dando alas a la derecha fundamentalista en su devoción por el presidente de los Estados Unidos. Una estrategia política, la de Sánchez, que no parece buscar una política de Estado, que se limita a sacar réditos electorales, dejando en evidencia a Sumar y Podemos, y dividiendo aún más a la derecha y engordando el caudal de votos para Vox. Nada nuevo, por parte del presidente del Gobierno que lleva haciendo lo mismo desde el inicio de la legislatura, pero que ahora dispone de más munición, rescatando el secular antiamericanismo.  

jueves, 9 de enero de 2025

El expansionismo de Trump

Las primeras declaraciones públicas de Donald Trump como presidente electo de los Estados Unidos han sembrado de preocupación al mundo, también a Europa, al airear sus aspiraciones expansionistas. Tal exposición en una rueda de prensa, aunque haya sido hecha sin desarrollarlas conceptualmente al modo de una bravata, ha sido vista como la asunción por parte de Trump del imperialismo norteamericano, que tuvo su carta de nacimiento en 1898 en una guerra precisamente contra España, y su punto álgido tras la Segunda Guerra Mundial, singlando todo el siglo XX con escasísimas excepciones, como por ejemplo la presidencia de Jimmy Carter. Sin embargo, tal imperialismo contrasta con la primera presidencia del propio Trump, en la que también estuvo presente el principio contrario, el aislacionismo norteamericano, que también había tenido sus momentos preponderantes a lo largo del novecientos.


Parecería, pues, que hemos pasado del Trump aislacionista al Trump imperialista, que, de una manera fanfarrona, asegura que él solucionará en un día la Guerra de Ucrania y amenaza con convertir a Oriente Próximo en un infierno (más aún) si los palestinos no se pliegan totalmente a los intereses israelíes. Sin embargo, si solo se tratara de baladronadas, podríamos seguir admitiendo que el expansionismo anunciado permanece dentro del concepto aislacionista. No en vano, este último está basado en la doctrina Monroe, de 1823, que se fundamenta en un principio bastante simplista, muy propio de populistas: la no intervención de Europa en los asuntos americanos; resumido en el eslogan de “América para los americanos”.


Para dilucidar, pues, si estamos en una nueva fase, claramente imperialista, conviene analizar lo dicho por Trump en su residencia de Mar-a-Lago. Allí, a preguntas de un periodista, sobre si contemplaba una intervención militar par anexionar Canadá, el presidente electo descartó tal posibilidad, pero aseguró que podría hacer uso de otra fuerza, la económica, con el objetivo de suprimir la actual frontera que separa ambos países. Obviamente, tal afirmación, que implicaría que Canadá se convirtiera en el 51 estado de los Estados Unidos, no ha dejado de ocasionar incertidumbre y también oposición en el país norteño, pero no por ello se saldría de la doctrina Monroe, del aislacionismo. No en balde, el jefe de Estado de Canadá sigue siendo el rey de Inglaterra, hoy en día Carlos III. Y aquí conviene recordar que el Reino Unido abandonó la Unión Europea en 2020, en un movimiento que alentó Trump en su primera presidencia.


El expansionismo anunciado por Trump tenía otros dos objetivos, estos sí claramente amenazados por una invasión mediante la fuerza militar: Groenlandia y el canal de Panamá. La primera, sí que pertenece a un país de la Unión Europea, en concreto a Dinamarca desde hace más de un milenio, pero se trata de una isla situada geográficamente mucho más cerca del continente americano que del europeo, hasta el punto que difícilmente se puede negar que sea una isla americana. El segundo, supone una vuelta de Estados Unidos al canal de Panamá, desde que en 1914 se hizo con él, después de conseguir años antes separar ese territorio de Colombia y crear un nuevo Estado, llamado Panamá. La zona del canal dominada por Estados Unidos acabó en 1979, cuando Jimmy Carter restituyó a Panamá su control. La razón aducida por Trump ahora para pretender justificar la vuelta es que, en su opinión, quien domina económicamente hoy en día el canal es China. De ahí, que una invocación a la doctrina Monroe tendría su sentido.


Independientemente de todo ello, si debemos hablar de imperialismo o de aislacionismo, lo que no se puede negar es que en los tres casos (Canadá, Groenlandia y canal de Panamá) se trataría simple y llanamente de expansionismo estadounidense, tampoco muy alejado del que reclamaba Hitler en los años treinta para Alemania, origen de la Segunda Guerra Mundial, con una salvedad: Trump aduce motivos económicos, mientras que el dictador alemán lo hacía por criterios étnicos. 


En cualquier caso, la peligrosidad de dicho expansionismo, aunque de momento solo sea anunciado, reside en que acaba con el principio de la inviolabilidad de las fronteras, lo que puede alentar más a Rusia en sus expediciones bélicas, más allá de Ucrania, y a China en Taiwán. Si el todavía país hegemónico en el mundo, Estados Unidos, se salta el principio que garantiza la estabilidad de los Estados existentes, ¿por qué razón China no puede emprender a su vez una expansión territorial y Rusia consolidar sus conquistas en Ucrania y aspirar a otras sobre los países que una vez formaron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas? 


¿Y Europa? La Unión Europea pierde de todas maneras. Directamente, porque vería reducido el espacio soberano de uno de sus países (Dinamarca), sin plantearse futuribles más lejanos si la expansión rusa diera el paso más allá de Ucrania. Y cabe añadir que en esa misma rueda de prensa de Mar-a-Lago, Trump exigió a los socios de la OTAN que suban sus contribuciones a la defensa común al 5% de su Producto Interior Bruto (España no llega ni al 2%). En cualquier caso, malos tiempos para los europeos, aunque solo sea por aplicación de la aislacionista doctrina Monroe.

domingo, 8 de diciembre de 2024

Fin a un régimen de 53 años

Lo que hemos visto en Siria en las últimas horas es el fin de un régimen que ha durado 53 años, desde que el padre del hasta ahora dirigente tomó el poder en 1971, instaurando una dinastía, los Asad, apoyados en un partido de izquierdas, el Baaz, y en una minoría chií, los alauíes. En cambio, los que han triunfado, ocupando Damasco, son islamistas y pertenecientes a la mayoría sunní. Los primeros tenían el apoyo de Rusia y de Irán, mientras que los segundos de la Turquía neotomana, a la par que son preferidos por Israel, el agente regional de Estados Unidos en la zona. 


La Guerra Civil que vive desde hace más de una década gran parte del mundo árabe, iniciada tras la llamada Revolución de la Primavera, ha tenido con el cambio de régimen en Damasco un jalón más, que aún es pronto para considerar definitivo en la lucha entre sunníes y chiíes.


Para entender todo esto hay que remontarse al colonialismo occidental del mundo árabe que puso punto final al Imperio otomano tras la Primera Guerra Mundial. Francia, potencia hegemónica aún entonces, y el Reino Unido se repartieron el mundo árabe. La decadencia de esos dos países facilitó que tras la Segunda Guerra Mundial, por la que Estados Unidos y la Unión Soviética se erigieron en las nuevas potencias mundiales, descolonizaran la zona, creando dos estados que tendrían mucho de fallidos, apoyándose en las dos minorías de clases medias en las que habían basado su dominio. Francia creó el Líbano, dejando como minoría en el poder a los cristianos maronitas, con los que sintonizaban por su catolicismo, y Siria, dejando a la minoría alauí al frente de un Estado de mayoría aplastantemente sunní. 


El instrumento ideológico para ello fue el Baaz, un partido panarabista que podríamos traducir como Resurrección o Renacimiento, con planteamientos laicos y socialistas. Una vez tomado el poder en Siria, un militar alauí, Hafez el Asad, se hizo con las riendas del país, instaurando una dinastía que ha llegado a su fin con su hijo Bachar. Los Asad dominaron dictatorialmente Siria durante cinco décadas, convirtiéndose en una pieza esencial en el engranaje del poder chií frente a los sunníes en la media luna árabe y apoyando a todas los movimientos de esa rama islámica, como Hizbulá. Por eso, Israel ha recibido a las nuevas autoridades sunníes sirias, tendiéndoles la mano. Ahora, habrá que ver que tipo de régimen instauran. Los primeros indicios, basados en las conexiones pasadas con el teocrático Estado Islámico, apuntan a un régimen islamista en el que la democracia, una vez más, tendrá escasas posibilidades de existir.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

Juan Lobato

La actuación de Juan Lobato ante el caso del novio de Díaz Ayuso ha desconcertado a la práctica totalidad de comentaristas y políticos del país, sin que hayan aparecido explicaciones sólidas y argumentadas.


Este blog no aspira a suplir tamaña empresa, pero apunta a una hipótesis que solo es posible verla si ponemos un final al liderato de Pedro Sánchez, extremo que independientemente de la cercanía o lejanía del mismo, dependiendo de las simpatías políticas del lector, algún día tendrá que ocurrir.


Ese día, Juan Lobato podrá presentarse como el socialista adelantado que lo vio venir, discrepando con un modelo de actuación gubernamental determinado, que se hizo visible con el intercambio de chats con Sánchez Acera, y proponerse, como adelantó ayer en el Senado, para liderar la reconstrucción de un partido, el socialista, que precisará de un cura de cesarismo. Restauración que, en cualquier caso, será necesaria para la democracia en España.