viernes, 14 de agosto de 2020

Ideología letal

La Comunidad de Madrid se ha convertido ya en la gran preocupación a nivel nacional por el incremento de contagios de Covid-19. En los últimos días, las cifras de nuevos casos diagnosticados crecen exponencialmente, planteándose dudas razonables sobre si la sanidad de la región podrá hacer frente a la nueva oleada de enfermos que se vislumbra. 


Indudablemente, el gobierno de la  Comunidad de Madrid no ha sido capaz de mantener una tasa de contagios aceptable en la nueva normalidad, cuando, a diferencia del período de los estados de alarma, es él el competente para hacer frente a la pandemia. Las autoridades madrileñas han sido incapaces de implementar los dos instrumentos que todos los expertos científicos consideran esenciales para reducir los contagios: el reforzamiento de la asistencia primaria y la creación de equipos de rastreadores. En el caso de los rastreadores, es vergonzoso que Madrid cuente con solo 400 de ellos, cuando tienen que vigilar una población de unos seis millones setecientas mil personas. Y, para mayor inri, la consejería de Sanidad decide ampliar en una veintena su número, acudiendo a la externalización de servicios.


Todo ello, evidencia una vez más la ceguera que provoca la ideología. En este caso, la ultraliberal de un gobierno incapaz de entender que debe ser la Sanidad Pública y la fortaleza que debe tener. Pero, el resultado en esta ocasión puede ser trágico y ocupar un relevante puesto en la ignominia de la criminalidad ideológica. 


Y ello en una comunidad que. junto a la catalana, otra con índices de contagio preocupantes y otra sumamente afectada por la ideologización de sus dirigentes independentistas, fue de lo más desleal al gobierno de la nación en la gestión inicial de la crisis del coronavirus, Todo ello, nos debería ayudar a reflexionar sobre la capacidad letal que conllevan las ideologías. Todas.


lunes, 3 de agosto de 2020

Otro Borbón, otro exilio

La decisión del rey emérito de abandonar España y marchar fuera era esperada y también es acertada. Juan Carlos I, el monarca que contribuyó decisivamente a la vuelta de la democracia en nuestro país, tenía pocas más opciones, después de conocerse detalles inquietantes de sus operaciones financieras. La Historia le juzgará y tendrá que descender a unos claroscuros que quien fue el rey de nuestro país en las mejores cuatro décadas de los dos últimos siglos podría haberse evitado. Y, no solo podría, sino que debería haber obviado.


Dicho esto conviene contextualizar y recordar que la Monarquía española desde la llegada de la Edad Contemporánea se ha visto regularmente sacudida por los exilios de sus protagonistas. Carlos IV abandonó España en 1808, convertido en un juguete de Napoleón Bonaparte, viviendo con una pensión sus últimos años en Roma y Nápoles. Su hijo, Fernando VII, otro pelele en manos del heredero de la Revolución francesa, pasó seis años en el castillo de Valençay, en las riberas del Loira, pudiendo regresar en 1812 a una España ya muy distinta de la que había abandonado, donde se había proclamado la soberanía nacional, contra la que se revolvió durante todo su reinado.


Su hija, Isabel II, aceptó finalmente el Estado liberal, pero su escasa preparación y su conducta amoral la arrojaron al exilio francés en 1868.  A consecuencia de ello, su heredero, Alfonso XII, vivió también en el país vecino y luego inició un peregrinaje por Suiza, Austria e Inglaterra, hasta que en 1874 pudo regresar a España, poniendo fin a las guerras carlistas y convirtiéndose en el monarca de la Restauración. Bajo su reinado, España tuvo la Constitución más longeva de su historia, que con el tiempo permitió el sufragio universal masculino.


Su hijo póstumo, Alfonso XIII dilapidó poco a poco el legado del Pacificador, llegando a instaurar una dictadura, tras cuyo fracaso abandonó España, residiendo en Roma.  Su nieto, Juan Carlos, vivió sus primeros años en Portugal y luego estudió en España bajo la atenta  vigilancia del segundo dictador del siglo XX. A la muerte de Franco, rompió con la herencia de aquel régimen, facilitando el cambio democrático y los mejores años de bienestar que se recuerdan en este país. Ahora, Juan Carlos I  abandona España.


Su hijo, Felipe VI no se ha visto obligado a abandonar nunca su país y ha sido preparado como ninguno de sus antecesores.  Su reinado será juzgado por el bienestar de sus conciudadanos.