martes, 22 de noviembre de 2022

Crímenes de guerra

Las sospechas de que contingentes del ejército ucraniano hayan cometido un crimen de guerra en la zona de Lugansk, fusilando a diez militares rusos que se habían rendido, supondrán una inmersión realista para los que, aquejados de visión maniquea, habían reducido la guerra a una lucha entre buenos y malos. Lo presuntamente sucedido en la granja de Makiivka no es la primera alerta que diversos organismos, como Amnistía Internacional, han aireado en los últimos meses, como evidencia otro suceso en la localidad de Mala Rohan, cuando tres soldados rusos fueron ametrallados en las piernas tras ser apresados, o las detenciones de acusados de ser colaboradores prorrusos en la provincia de Jerson tras su reconquista por las fuerzas ucranianas. 


Independientemente de que cuantitativamente tales hechos sean menores que los desmanes rusos en Ucrania, no dejan de evidenciar los peligros del nacionalismo, en este caso ucraniano. Tampoco el hecho de que el recurso a tales extralimitaciones no es nuevo en el nacionalismo ucraniano como demuestra la memoria de Stepan Bandera, el líder ucraniano que durante la Segunda Guerra Mundial apoyó a los nazis.


Sin embargo, la construcción del nacionalismo ucraniano actual, relanzado indudablemente por Putin con su injustificado ataque, avanza en la dirección de tantos otros, una ruta en la que la violencia también ocupa su lugar. Es, dirán, condición humana, pero sin duda tales hechos son achacables a la mayor lacra de la contemporaneidad: el nacionalismo.


miércoles, 16 de noviembre de 2022

Incompetencia

El alud de revisiones de penas a condenados por delitos sexuales tras la entrada en vigor de la ley de Garantía de la Libertad Sexual, más conocida como la ley del solo sí es sí, tiene una única explicación y esta incide en la incompetencia de aquellos que la alumbraron. No caben excusas sobre el machismo de los jueces, una descalificación categórica sobre un colectivo que, independientemente de casos particulares, trasluce una irresponsable deslegitimación de uno de los poderes del Estado de Derecho, fruto de las anteojeras ideológicas de quién las formula. La razón reside, en cambio, en la ineptitud de aquellos que la propusieron, especialmente de los responsables del ministerio de Igualdad regido por Podemos. También en sus socios gubernamentales del PSOE que fueron incapaces de hacer comprender a Podemos los fallos de la norma, que a todas luces eran conocidas tras informes y opiniones de diversos colectivos judiciales, desde el Consejo General del Poder Judicial a asociaciones judiciales.


Ante el grave resultado, consistente en que agresores sexuales abandonen las cárceles o vean reducidas sus condenas, cabe exigir responsabilidades políticas, entre ellas la de la titular del departamento que impulsó la normativa: Irene Montero. Y si esta no presenta su dimisión, es exigible que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, la destituya, si no quiere ver como el descrédito arrastra a toda la izquierda.


domingo, 6 de noviembre de 2022

Iconoclastas del siglo XXI

La moda de poner en peligro las obras de arte para reivindicar el ecologismo ha llegado a España. El Museo del Prado ha visto como dos de sus mejores obras, las Majas, eran objeto de una acción de activistas que exigen medidas más efectivas para combatir el cambio climático, en una muestra más de de que la imitación es un comportamiento ampliamente seguido por los primates.


Indudablemente, que el motivo de la lucha de todos aquellos que en el último mes han protagonizado actuaciones en diversos museos del mundo es no solo respetable, sino conveniente. Las pruebas del cambio climático solo son discutidas por negacionistas del conocimiento, algo que igualmente les aproxima a nuestros parientes primates. También, es cierto, al menos hasta el momento, el hecho de que tales activistas no han puesto en peligro las obras de arte atacadas, tratándose más de llamar la atención, alertando así sobre las consecuencias ambientales a las que nos enfrentamos.


Pero, es igualmente fehaciente que la evolución del ser humano nos ha enseñado que no vale cualquier medio para alcanzar unos buenos fines. Es más, la sabiduría nos indica que precisamente en las formas se descalifican muchas buenas intenciones. Porque los ataques a las obras de arte revelan una intolerancia muy preocupante que se puede calibrar pensando en la desaparición, por ejemplo, de Los Girasoles de Van Gogh; es decir, imposibilitando que la humanidad pudiera seguir contemplándolos.


No quiero ni pensar en un mundo gobernado por unos intolerantes que trivializan siglos y siglos de cultura, porque ya lo hemos sufrido en el pasado. En el más cercano, proclamando la muerte o la degeneración del arte, pero también siglos atrás, cuando unos fanáticos exigían la destrucción en nombre del Dios cristiano de todas las representaciones pictóricas de todos los Santos, de Jesús y de la Virgen. Fueron llamados iconoclastas, actitud que triunfó en el entonces naciente Islam y cuyos más radicales prosélitos son capaces de aterrorizar hasta a aquellos que en nombre de la cultura caricaturizan a sus respetados precursores.


En cualquier caso, tentar a la suerte, poniendo en peligro las obras de arte, nos confirma que en este siglo XXI estamos enterrando a la Ilustración, cuando el ser humano soñó en convertir en sabios a todos sus integrantes.