viernes, 29 de julio de 2022

Bajando el suflé

Los últimos datos hechos públicos por el Centro de Estudios de Opinión, organismo sociológico dependiente de la Generalitat, confirman el descenso progresivo del independentismo catalán, ya situado hoy en día en el 41%. 


Unas cifras que se acercan a las vividas en el segundo gobierno de Artur Mas, cuando la antigua Convergència optó por el independentismo como reacción a verse desplazada de la Generalitat por el gobierno tripartito de  Maragall y Esquerra Republicana. Similitudes que abundan en la tesis que hace derivar el proceso soberanista del rechazo de aquellas élites a perder el poder. Entonces, como reacción el partido centrista que había cimentado la autonomía de Cataluña en la época de Pujol se escoró hacía el independentismo.


Esperemos que en el futuro, cuando el PSC y Esquerra vuelvan a formar un gobierno conjunto, los herederos de aquella Convergència lleguen a la conclusión de que la mejor manera de recuperar la Generalitat sea volviendo al seny y a la cordura pujolista, poniendo fin a la travesía independentista y cerrando el ciclo del Junts puigdemontista.


jueves, 21 de julio de 2022

Putin va ganando la guerra

Putin va ganando la guerra , no solo en el terreno bélico, donde ya ha anunciado que no limitará su expansión al Donbas, amenazando a otras regiones ucranianas, incluso a aquellas de las que se tuvo que retirar, como Jarkov, tras el precipitado inicio de la invasión, chapucera como todo lo propio de una dictadura, sino sobre todo porque ha logrado un gran éxito estratégico.


Me refiero a la disputa verdaderamente relevante del sátrapa ruso con la Unión Europea, donde ha logrado torcer la unidad europea. La muestra la hemos tenido con la renuncia de Mario Draghi, tras la rebelión de los prorrusos grillinos, la fuerza política más cercana en Occidente al ideario de Podemos, y la labor de zapa de los fascistas italianos y la derecha populista de Matteo Salvini, apoyada, no lo olvidemos, por la Forza Italia de esa reliquia llamada Berlusconi, partido agrupado en el Partido Popular Europeo; extremo sumamente inquietante.


De tal manera que la actitud inequívoca de la tercera potencia europea hace aguas en un momento en el que Putin parece tomar aire y se permite mantener el suministro gasístico a Europea, consciente de que los pagos europeos le facilitan poder seguir masacrando a Ucrania.


A ello, cabe unir las defecciones en nuestro país. La última, la de la vicepresidenta para la Transición Ecológica, Teresa Rivera, quien se ha mostrado favorable a rechazar el plan europeo de reducir el 15% del consumo de gas. Como si la lucha por la democracia y la libertad, no fuera con nosotros.


Datos que nos confirman que Putin está ganando la guerra.

miércoles, 13 de julio de 2022

Albania, la nueva utopía

Un viaje por Albania presenta muchos perfiles, la mayoría de ellos imbricados en la historia de un país, atormentado como otros muchos con pasados distópicos, pero cuya nueva generación aspira como pocas al progreso, llamando a las puertas de una Europa que no debería hacer oídos sordos a tal demanda. Albania, un conjunto de valles balcánicos, cuya ocupación territorial ha sido siempre controvertida y especialmente violenta, es un crisol de culturas ante las que los jóvenes albaneses han optado por lo más inteligente: dejarse inundar por todas ellas y no propiciar un interesado juego selectivo de memorias. Por ello, el que vaya a Albania debe abandonar sus anteojeras ideológicas, si quiere extraer lo mejor de su experiencia viajera.


El viaje, conceptualizado sin fin como el de Ítaca, debe comenzar en Tirana, la capital, y en concreto en la plaza Skanderberg, antaño escenario de las manifestaciones de masas del último Estado comunista que tuvo Europa. Allí, frente al Palacio de la Ópera, metáfora como pocas del poder popular, el régimen de Enver Hoxha reunía a sus fieles en sus habituales demostraciones de poder, presididas por la estatua del caudillo nacionalista que se levantó contra el poder turco, y por la mezquita de Ethem Bey, con unos maravillosos frescos en los que irrumpe lo figurativo, algo extremadamente inhabitual en la decoración musulmana. De hecho, la construcción religiosa, de finales del XVIII y principios del XIX, estuvo cerrada al culto islámico en el régimen comunista y la invasión de miles de manifestantes en 1991 que reclamaban su derecho a la fe religiosa supuso un jalón decisivo en la revuelta popular que acabó con él.


Tirana es hoy una ciudad moderna, deseosa de vivir, con múltiples establecimientos hosteleros y de recreo, donde la gastronomía local compite con la de influencia italiana, presente a nivel cultural hasta extremos insospechados y ante la que la nueva generación albanesa se muestra receptiva y nada desdeñosa de una época, cuando el fascismo italiano aspiró en 1939 a aposentarse en estas tierras ilirias. La localidad norteña de Scutari, Shkodra en albanés, es una muestra de ello. Desde las alturas del castillo de Rozafa, de origen veneciano, se puede observar el inmenso lago homónimo y en la lontananza Montenegro, como otra promesa de los viajes sin fin.


Tirana es la gran ciudad del valle central albanés, jalonado por numerosos polígonos industriales que muestran el crecimiento económico de un país que se siente con derecho a formar parte del club más desarrollado y democrático del mundo: la Unión Europea. Y dominando ese valle, en un picacho, el nido del águila, la localidad de Kruja, donde en el siglo XV, Skanderberg protagonizó la rebelión contra el Imperio otomano que se extendía por todos los Balcanes, poniendo fin a otro imperio, el bizantino, que hundía sus raíces en la eterna Roma, en un nuevo episodio del enfrentamiento entre Occidente y Oriente, que marcaron estas tierras. Allí, en la torre atalaya, que aún permanece en pie, Skanderberg resistió el avance turco hasta su muerte, en una gesta inútil que no impidió convertir todo el país en parte de la Sublime Puerta y a los albaneses, especialmente a sus élites convertidas al Islam, en los abanderados de la administración otomana en su extendido imperio. El mismo personaje de Skanderberg, convertido en épico por el nacionalismo albanés, tanto el de raíz fascista como el de inspiración comunista, formaba parte de esas élites sensibles a los nuevos tiempos que trajeron los turcos, gracias a los cuales consiguieron implantarse en Europa, y que aún se puede constatar por las calles de Albania.


La Riviera albanesa, volcada hacia Occidente, es una muestra más de la diversidad de este país, que aspira a convertirla en un referente del turismo mediterráneo. Localidades como Durres, al norte, o Saranda, al sur, ofrecen a los viajantes unas estancias estivales similares a las que existían en las costas españolas no hace muchas décadas, donde aún era posible conciliar el descanso con lo lúdico, siendo un espectáculo sus paseos marítimos, cuando a media tarde se pueblan de andares infinitos. Junto a ello, la oferta cultural revela la grandeza de estas tierras. En Durres, su mejor ejemplo es el anfiteatro del emperador romano Adriano, cuando  todo el mediterráneo era gobernado por unos dirigentes que se reivindicaban como filósofos. Cerca de Apollonia, otra ciudad en origen griega, se encuentra el monasterio de Ardenica, cuya capilla de Santa María deslumbra los ojos incrédulos del visitante. La religión cristiana, en sus versiones católicas y ortodoxa, se mantiene presente en la actual Albania, junto al Islam y a una parte considerable de población atea, como legado del régimen comunista. Cerca de Saranda, se yergue en una península Butrinto, donde los pasados griego, romano y veneciano compiten en el espacio del suelo, pudiendo superponerse un anfiteatro a un templo de Esculapio, o un baptisterio, cuando el cristianismo, aún primitivo, daba tanta importancia al lugar donde se recibía a sus nuevos adeptos como a las propias iglesias. Frente a Butrinto, tan cerca para la vista que casi pueden vislumbrarse los quehaceres de sus habitantes, la isla griega de Corfú. De hecho, en el sur albanés está presente una significativa minoría griega, en un nuevo ejemplo de que los nuevos estados-nación que sustituyeron a los imperios han seguido presentando problemas de integración identitaria poblacional, hechos que los nacionalismos explotan a conciencia con ribetes violentos que la adscripción a la Unión Europea desactivaría de un modo efectivo. Afortunadamente, la nueva Albania respeta el idioma griego, al menos en todos los carteles de las carreteras del sur del país.


También en aquellas del colindante valle del río Drino, llamado Fitóki en Grecia, cuya cabecera es Gjirocastra, la antigua Argiropolis bizantina. Gjirokastër disfruta de la consideración de Patrimonio de la Humanidad, desde la época de poder de uno de sus vecinos más conocidos, Enver Hoxha. El otro es el escritor Ismail Kadare, cuya casa museo puede visitarse, siempre que sus albaceas se muestren propicios.  Kadaré es el gran escritor en lengua albanesa, no del todo reconocido por sus compatriotas, que se exilió a París una vez muerto Hoxha, antes de que el régimen comunista desapareciera. Sus novelas, como Abril quebrado o El general del ejército muerto forman parte del acervo cultural de todos los europeos, también de aquellos que no lo han leído. Gjirokastër es la ciudad de los techos de pizarra, un promontorio elevado sobre el valle dominado por una magnífica fortaleza y con un casco histórico donde la presencia otomana dejó una huella indeleble. 


Similar es Berat, en el valle contiguo, también declarada Patrimonio de la Humanidad, con sus barrios diferenciados por religiones y el río Osum. Y de regreso a Tirana, el valle del río Shkumbin, de mayoría musulmana regada por innumerables vides con una producción destacada de vinos, rompiendo una vez más tópicos. Pero, sin embargo, lo más sorprendente a nuestros velados ojos es la profusión de monumentos del régimen comunista que la actual Albania preserva. La razón de ello, es que están enraizados en la lucha partisana de la Segunda Guerra Mundial. En esa ocasión, cuando el comunismo aún era una utopía, los albaneses supieron estar en el lado correcto de la historia, a diferencia de otros pueblos, como los españoles. Y los albaneses, lo llevan a gala, haciendo más cómodo su pasado. Un pasado al que no renuncian y que si tu, viajero, te desprendes de prejuicios, buscando Itaca, puedes llegar a conocer. También la nueva utopía a la que aspiran sus habitantes: el futuro europeo sin renunciar a ninguna de las herencias de su pasado.