sábado, 26 de marzo de 2022

El viento del Sáhara

La decisión de Pedro Sánchez de poner fin a 45 años sobre el contencioso del Sáhara tiene una trascendencia evidente. La tiene por el fondo de la cuestión, ya que el hecho de que España, antigua metrópoli, reconozca la soberanía de Marruecos sobre ese territorio tiene una relevancia indudable. Al respecto se ha hablado de realpolitik, lo que sin duda tiene mucho que ver, máxime en un mundo cuya geopolítica cambió radicalmente hace un mes, cuando Rusia invadió Ucrania. No hay que olvidar que Argelia, nuestro principal suministrador de gas, es un aliado incondicional de Rusia, desde la época de la Unión Soviética. El reconocimiento que hizo la Administración Trump, no enmendado por la de Biden, a favor de la soberanía marroquí y sobre todo contra la expansión de la influencia argelina hacia el Atlántico, presagiaba el giro español, que ha sido más llamativo por hacerlo el líder de un partido, el PSOE, que llevaba en sus genes el apoyo al Polisario, desde la época de la oposición al franquismo.


Pero, la decision también tiene una relevancia por la forma empleada, la difusión pública de una carta de Sánchez a Mohamed VI, más allá de que sea una inusual forma de dar a conocer al mundo, también a los españoles, un cambio de tanta importancia. Sin duda que debía haber sido el Parlamento quien debiera haber marcado el camino, limitándose el gobierno a implementar lo que hubieran decidido las Cortes. No obstante, el error en las formas no acaba ahí. De momento, lo que tenemos es una renuncia por escrito del Gobierno de España a apoyar la independencia del Sáhara, mientras que como contrapartida no tenemos algo similar por parte del Reino Alauita. Tan solo, las buenas palabras empleadas en la negociación de que Marruecos se esforzará en parar los flujos migratorios africanos y el reconocimiento de la integridad territorial y marítima española; lease Ceuta, Melilla, Canarias y sus aguas ribereñas. Pero, se trata de algo oral, frente a lo escrito por España. Ahí reside la principal falla de la iniciativa de Pedro Sánchez. España ha gastado la mayor arma que tenía en reserva a cambio de meras palabras. Esperemos que no se las lleve el viento.

domingo, 20 de marzo de 2022

Putin no es un demente

Es un planteamiento bastante infantil reducir a Vladimir Putin a un ser demente y la terrible guerra que ha desencadenado como la nefasta consecuencia de un perturbado mental. Lo digo porque abundan los análisis en tal sentido en los medios de comunicación, que solo pueden contribuir a la maraña de desconocimiento que nos inunda en tantos órdenes de nuestras vidas.


La mejor prueba de que se trata de un error lo pudimos ver el pasado viernes cuando Putin reunió a más de cien mil rusos que vibraron con la exaltación del nacionalismo ruso. Indudablemente, que el presidente ruso es un maestro de la manipulación, pero reducir a todos sus seguidores a meras comparsas o paniaguados no nos aclara mucho. Es preciso reconocer que los congregados en el estadio de fútbol moscovita son seres humanos que exteriorizaron unos sentimientos que pasan por imponerse a los de otros, concretamente a los del pueblo ucraniano. Otra cosa es que de tal aceptación se colige una penosa consideración del denominado Homo Sapiens.


Putin es un fiel representante del nacionalismo ruso que, como cualquier otro, exige que se pliegue a sus dictados el resto de la humanidad. En ese sentido, no hay mucha diferencia entre Putin y Hitler, quien fundamentó la destrucción europea en el espacio vital (lebensraum) de la gran Alemania.


Indudablemente que la desaparición de Putin, como hubiera pasado si Hitler hubiera sido neutralizado antes, supondría un alivio, pero no pasaría mucho tiempo antes de que un nuevo líder del nacionalismo ruso reiniciase unas políticas hostiles. El problema no es la persona, es la ideología nacionalista. Por eso es infantil considerar a Putin un nuevo Mefistófeles. 


Para conocer es bueno mirar hacia dentro de nosotros.


viernes, 18 de marzo de 2022

Represión en Cuba

El Tribunal Supremo de Cuba ha condenado con penas de hasta 30 años de cárcel a una treintena de personas que participaron en la protestas del pasado mes de julio contra el régimen comunista que se perpetua en la isla antillana desde hace 63 años. 


Esa mera noticia bastaría para que en todo el mundo civilizado se alzaran, de inmediato, infinitas voces de protesta contra la opresión que vive una sociedad, en la que muchos de sus habitantes no han conocido otra forma de vida que la plasmación de la utopía igualitaria que las autoridades cubanas dicen perseguir. Circunstancia que debería movernos a todos a reflexión, también en nuestras sociedades occidentales, donde el mito revolucionario sigue gozando de una excelente salud, mientras la represión de los disidentes en dicha Arcadia alcanza cotas aberrantes. 


miércoles, 16 de marzo de 2022

Inmadurez política

Si alguna virtualidad está teniendo la trágica Guerra de Ucrania es la de abrirnos los ojos ante la inmadurez política de la izquierda alternativa y de los socios del gobierno.  El grosor de sus anteojeras ideológicas es de tal calibre que parece que les impide ver la masacre que practica el ejército ruso por orden de Vladimir Putin. Su solidaridad con el agredido pueblo ucraniano se limita a recomendar diplomacia frente al matón.


Son incapaces de conceptuar que la tragedia de Ucrania se debe a la debilidad defensiva de una Europa que no le merece ningún respeto a un sátrapa que se sirve del nacionalismo ruso para justificar su opresión. Son tan ingenuos que no entienden que solo podremos hacer frente a dicho expansionismo construyendo unas fuerzas militares defensivas que nos garanticen la paz, la democracia y la libertad.


jueves, 10 de marzo de 2022

Borrell

Josep Borrell es un político incómodo. 


Lo es para los periodistas por el trato de superioridad intelectual que siempre muestra con sus entrevistadores, rayano en el desdén, fruto de la diferencia de preparación cultural que atesora.


Lo es para los ciudadanos porque se atreve a decirles que deben pasar frío y así lograr una menor dependencia energética de aquellos que pisotean los derechos humanos.


Los es para sus propios compañeros políticos, que ven en él a un personaje que pone en peligro su permanencia o alternancia en el poder, como quedó evidenciado hace 23 años cuando el PSOE prescindió de él como líder.


Sin duda que es un político incómodo, pero es un estadista, capaz de decirnos a la cara que vienen curvas y que hay que hacer frente a los sátrapas que quieren acabar con el orden democrático.


Pero, claro, por eso mismo, no ganará elecciones. 


Esa es la contradicción en la que vivimos.


jueves, 3 de marzo de 2022

El nacimiento de una nación

Uno de los efectos de la invasión rusa, que Putin parece no haber calibrado suficientemente, es no solo que ha dado alas al nacionalismo ucraniano, algo bastante previsible, sino que probablemente estemos asistiendo al nacimiento de la nación ucraniana.


Hasta ahora, Ucrania era un Estado plurinacional con una pronunciada diversidad identitaria que agrupaba fundamentalmente a dos comunidades, cada una de ellas con un idioma materno, el ucraniano, cuanto más al oeste nos situáramos en el país, y el ruso, cuanto más al este. Ello era fruto de las vicisitudes históricas entre las cuales cabe destacar la presencia de la comunista Unión Soviética durante más de siete décadas, y antes del Imperio zarista, durante siglos, con el ínterin de los nacionalistas ucranianos filo-nazistas de Stepán Bandera durante la Segunda Guerra Mundial. 


Tras el derrumbe de la URSS, surgió el estado independiente de Ucrania con una diversidad identitaria evidente, que ahora el émulo de Stalin y los zares está reduciendo a una sola: la ucraniana. Ello es debido a la reacción popular ante la invasión sufrida. Uno de los ejemplos, lo estamos viendo en Járkov, segunda ciudad del Estado ucraniano de cerca de millón y medio de habitantes, situada al este del país, cerca de la frontera con Rusia. Los intensos bombardeos a los que está sometiendo el ejército ruso a la ciudad están acabando con las diferencias entre una población que es mayoritariamente de habla rusa. 


La brutalidad rusa en Ucrania está, pues, creando una nación, a la que vemos surgir estos días respondiendo de una manera unitaria y haciendo de la defensa ante el  invasor el cemento constitutivo nacional. Todos, incluidos los ucranianos rusoparlantes, o, al menos, una inmensa mayoría de ellos, salvo en las zonas ocupadas por Rusia desde hace ocho años, como el Donbás y Crimea.  Asistimos, pues, a lo que la historiografía denomina un proceso de etnogénesis, que permite alumbrar una nación. No muy diferente fue el nacimiento de la nación española, hace dos siglos, luchando contra el invasor francés.


El garrafal fallo de Vladimir Putin, cuyos desconocimientos históricos no deben ser paliados por consejeros en los que prima el servilismo, va a otorgar a Ucrania el marchamo de una nación, concepto que se niega a admitir. Otra cosa es que la ofensiva rusa acabe por la fuerza con el Estado ucraniano o lo convierta en un Estado vasallo. Pero, después de lo que estamos viendo, con una población unida, defendiéndose como David ante Goliat, podemos certificar que ha nacido una nación. Gracias a Putin.