domingo, 20 de marzo de 2022

Putin no es un demente

Es un planteamiento bastante infantil reducir a Vladimir Putin a un ser demente y la terrible guerra que ha desencadenado como la nefasta consecuencia de un perturbado mental. Lo digo porque abundan los análisis en tal sentido en los medios de comunicación, que solo pueden contribuir a la maraña de desconocimiento que nos inunda en tantos órdenes de nuestras vidas.


La mejor prueba de que se trata de un error lo pudimos ver el pasado viernes cuando Putin reunió a más de cien mil rusos que vibraron con la exaltación del nacionalismo ruso. Indudablemente, que el presidente ruso es un maestro de la manipulación, pero reducir a todos sus seguidores a meras comparsas o paniaguados no nos aclara mucho. Es preciso reconocer que los congregados en el estadio de fútbol moscovita son seres humanos que exteriorizaron unos sentimientos que pasan por imponerse a los de otros, concretamente a los del pueblo ucraniano. Otra cosa es que de tal aceptación se colige una penosa consideración del denominado Homo Sapiens.


Putin es un fiel representante del nacionalismo ruso que, como cualquier otro, exige que se pliegue a sus dictados el resto de la humanidad. En ese sentido, no hay mucha diferencia entre Putin y Hitler, quien fundamentó la destrucción europea en el espacio vital (lebensraum) de la gran Alemania.


Indudablemente que la desaparición de Putin, como hubiera pasado si Hitler hubiera sido neutralizado antes, supondría un alivio, pero no pasaría mucho tiempo antes de que un nuevo líder del nacionalismo ruso reiniciase unas políticas hostiles. El problema no es la persona, es la ideología nacionalista. Por eso es infantil considerar a Putin un nuevo Mefistófeles. 


Para conocer es bueno mirar hacia dentro de nosotros.


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