La decisión final tomada por el PNV de apoyar los presupuestos del Estado parece haber extrañado en algunos sectores de la sociedad, cuando lo único incomprensible, en términos lógicos, era la atadura de manos a la que se había sometido el partido jeltzale, hipotecando sus intereses a los de los independentistas catalanes. No otra cosa fue condicionar la luz verde a las cuentas de Cristóbal Montoro al levantamiento del artículo 155 de la Constitución.
Las contrapartidas obtenidas por el PNV por su apoyo superan en mucho las críticas que recibirá de Bildu por haber roto su promesa. Es más, los beneficios contables para la Administración vasca apagarán cualquier objeción por no haber mantenido el frente nacionalista periférico, en el momento en que los dirigentes soberanistas catalanes insuflan nuevos bríos a la rebelión que llevan a cabo desde septiembre pasado.
Se ha impuesto en el seno del PNV su ala más pragmática. Sin duda, pero tal hecho no es extraño, ni mucho menos inusual. Es más, pese a los desdenes recibidos por los que dentro del partido se consideran los guardianes de las esencias, como aquel célebre de Xabier Arzalluz sobre los michelines que había que quitar, el partido jeltzale ha disfrutado históricamente de mayor respaldo popular cuando se ha dejado dirigir por su alma posibilista.
Los ejemplos de los años de colaboración con los socialistas en el gobierno vasco desde que se restauró la democracia o, antes, cuando José Antonio Aguirre e Indalecio Prieto alumbraron el primer gobierno vasco de la Historia, son evidentes.
Y desde sus orígenes, cuando ese alma moderada sacó de la más absoluta marginalidad al partido fundado por Arana Goiri, convirtiéndolo en la primera fuerza política vizcaína en la época de Ramón de la Sota, a quien el fundador había motejado de fenicio. El núcleo originario jelkide siempre consideró a esos advenedizos como más interesados en sus intereses crematísticos que en la patria vasca. De ahí, el insulto.
Ello hacía referencia tanto a los orígenes sociales como a los planteamientos ideológicos iniciales de ambos grupos, que terminaron conformando las dos almas del partido. Los posibilistas eran burgueses, conscientes de que la independencia supondría una regresión económica no solo para sus intereses, sino también para todos los vascos. Fueron ellos los que abundaron en el autonomismo, frente al legado independentista de Arana Goiri.
Este había elaborado una doctrina política de ruptura con España. Entendía que existía una soberanía originaria vasca, que se había concretado en la independencia de Euzkadi, que solo fue sojuzgada por España a partir de 1839. Tamaño dislate, sin rigor historiográfico alguno, ha impregnado al nacionalismo vasco hasta ahora, tan solo atemperado por el otro alma del partido, la que aportaron aquellos fenicios, temerosos de la ruptura del mercado nacional.
Esos posibilistas procedían ideológicamente del fuerismo liberal, que a lo largo del ochocientos había gobernado las provincias vascas, a la par que sus pares del otro lado del Ebro, los liberales moderados, lo habían hecho en el resto del territorio nacional. Tan entente presidió aquel convulso siglo, salpicado de guerras civiles. Los enemigos de ambos habían sido los carlistas, contra los que lucharon en aras de construir un Estado moderno. Dirigentes vascos ocuparon cargos de responsabilidad en el gobierno de España, porque entendían que podían liderar el proyecto nacional y a la vez exportar al resto del Estado sus iniciativas, bajo el lema de vasconizar España.
Tal planteamiento fue también el del nacionalismo catalán, que se consideraba, sin rubor, la vanguardia de España, imitando el modelo del Piamonte, el norte industrial, en el Risorgimento italiano. Françesc Cambó lo formuló claramente: Por Catalunya y l´Espanya gran, Por Cataluña y una España Grande. Ese fue el modelo nacionalista catalán mayoritario, hasta hace una década, cuando unos dirigentes catalanes presupusieron que la gran crisis de 2008 acabaría con el Estado español, apostando por el rupturismo que hoy se vive en Cataluña.
En cambio, aquellos fueristas liberales, que empezaron a denominarse euskalerriacos, no rompieron con España y además atemperaron el alma soberanista del PNV. Gracias a ellos, hoy todos los jubilados españoles disfrutan de una pensión mejor. Bienvenidos, fenicios.