domingo, 6 de noviembre de 2022

Iconoclastas del siglo XXI

La moda de poner en peligro las obras de arte para reivindicar el ecologismo ha llegado a España. El Museo del Prado ha visto como dos de sus mejores obras, las Majas, eran objeto de una acción de activistas que exigen medidas más efectivas para combatir el cambio climático, en una muestra más de de que la imitación es un comportamiento ampliamente seguido por los primates.


Indudablemente, que el motivo de la lucha de todos aquellos que en el último mes han protagonizado actuaciones en diversos museos del mundo es no solo respetable, sino conveniente. Las pruebas del cambio climático solo son discutidas por negacionistas del conocimiento, algo que igualmente les aproxima a nuestros parientes primates. También, es cierto, al menos hasta el momento, el hecho de que tales activistas no han puesto en peligro las obras de arte atacadas, tratándose más de llamar la atención, alertando así sobre las consecuencias ambientales a las que nos enfrentamos.


Pero, es igualmente fehaciente que la evolución del ser humano nos ha enseñado que no vale cualquier medio para alcanzar unos buenos fines. Es más, la sabiduría nos indica que precisamente en las formas se descalifican muchas buenas intenciones. Porque los ataques a las obras de arte revelan una intolerancia muy preocupante que se puede calibrar pensando en la desaparición, por ejemplo, de Los Girasoles de Van Gogh; es decir, imposibilitando que la humanidad pudiera seguir contemplándolos.


No quiero ni pensar en un mundo gobernado por unos intolerantes que trivializan siglos y siglos de cultura, porque ya lo hemos sufrido en el pasado. En el más cercano, proclamando la muerte o la degeneración del arte, pero también siglos atrás, cuando unos fanáticos exigían la destrucción en nombre del Dios cristiano de todas las representaciones pictóricas de todos los Santos, de Jesús y de la Virgen. Fueron llamados iconoclastas, actitud que triunfó en el entonces naciente Islam y cuyos más radicales prosélitos son capaces de aterrorizar hasta a aquellos que en nombre de la cultura caricaturizan a sus respetados precursores.


En cualquier caso, tentar a la suerte, poniendo en peligro las obras de arte, nos confirma que en este siglo XXI estamos enterrando a la Ilustración, cuando el ser humano soñó en convertir en sabios a todos sus integrantes.

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