lunes, 15 de julio de 2024

A desmano de Irulegi

El 14 de noviembre de 2021, se presentó a los medios de comunicación, en un acto que contó con María Chivite, la presidenta de Navarra, el hallazgo en el valle de Aranguren de una lámina de bronce, llamada la Mano de Irulegi (MdI), con una inscripción que acreditaría el testimonio escrito más antiguo existente en lengua vascónica, en concreto del siglo I a.c.


La Sociedad de Ciencias Aranzadi, responsable de las excavaciones del poblado de Irulegi, habitado desde la Edad del Bronce Medio-Tardío, siglos XV-XI a.c., presentó dicho descubrimiento con el boato apropiado que acreditaba dos milenios de la lengua vasca, señalando como todavía aparece en su página web que se trataba de un objeto ritual que se colgaba en la puerta de entrada de una vivienda del poblado con el fin de que protegiera el hogar. Para ello, se basaba en una perforación que presenta la lámina y en la primera palabra de la inscripción que leía como Sorioneku, traduciéndola como `de buena fortuna´. La analogía con el zorion del euskera actual, `fortuna´, hizo el resto, a la hora de trasladar a la población la relevancia de lo descubierto por una de las instituciones culturales que más ha hecho por la construcción nacional vasca.


Sin embargo, después de dos años, los estudios que lógicamente han suscitado la MdI han relativizado y contextualizado el mensaje propagado. El objeto de este artículo que ahora leen es trasladar a la opinión pública, las aportaciones de un elenco de eruditos sobre la MdI que aparecieron en el número del segundo semestre de 2023 en la revista Fontes Linguae Vasconum, como resultado de un seminario celebrado en la Universidad del País Vasco (UPV) que reunió a los más granado de especialistas en el asunto.


Dichos eruditos en diversas disciplinas y áreas de conocimiento, como son la paleohispanística y la vascología, coinciden en destacar algo que para ser justos no fue ocultado en la presentación de Aranzadi, el hecho de que el poblado de Irulegi fue abandonado tras un conflicto bélico en el primer cuarto del siglo I a.c., que identificaron con las guerras sertorianas romanas, aquellas que siendo en su origen un conflicto civil de la metrópoli, terminaron por implicar a las poblaciones que habitaban la península ibérica, como una consecuencia más del dominio de Roma sobre estas tierras. 


Francisco Beltrán, de la Universidad de Zaragoza, señala que la casa donde apareció la MdI quedó destruida: “La carencia de la muñeca y la disposición invertida de la mano (…) aleja la MdI del gesto habitual de saludo o adoración que presenta siempre la mano abierta con los dedos hacía arriba e induce a explorar otras vías interpretativas”. Entre estas, el autor hace referencia a las “manos diestras amputadas a los enemigos vencidos y exhibidas como trofeos de guerra”, costumbre atestiguada entre los celtíberos. No se trataría, pues, el MdI de un simpático objeto ritual de salutación colgado en una puerta, sino de una expresión de la violencia de aquella época, lo que inevitablemente desluciría, a nivel del relato, la aparición más antigua de la lengua vascónica. La ausencia de la muñeca y los dedos hacia abajo diferenciaría, pues, a la MdI de las manos representadas en las denominadas teseras de hospitalidad, que entonces empezaban a propagarse en aquel mundo ya influido por Roma. Unas teseras que nos hablaban de pactos, no de violencia, diferenciándose, según esta hipótesis, de la MdI.


Opinión similar mantienen Joaquín Gorrochategui, el catedrático de la UPV y miembro de Euskaltzaindia considerado el mayor experto en el antiguo aquitano, antecesor del euskara, y Javier Velaza, catedrático de la Universitat de Barcelona, quienes relacionan las palabras escritas en la MdI “con el grave conflicto bélico del momento expresado mediante el símbolo de la mano cortada, que hace referencia al enemigo vencido y por consiguiente la victoria”. Otra interpretación ofrece Eduardo Orduña, compañero de Velaza en la universidad catalana, quien considera que la MdI es “un texto de carácter votivo”; es decir, la lámina de bronce sería un ofrecimiento, ya que “sigue el típico formulario de las inscripciones votivas: nombre del dedicante, teónimo y verbo de dedicación”. Para Orduña, el signario -el conjunto de caracteres escritos- es una adaptación específicamente vascona del signario ibérico, “en un territorio en el que se atestiguan al menos dos lenguas, vascónico y celtibérico”. Sorion sería pues un nombre propio, en concreto del donante a una divinidad, Otzirtanes, completada con un verbo de dedicación: eraukon, palabra que, coincidiendo con Gorrochategui y Velaza, podría relacionarse con el verbo vasco actual eradun, que significa `dar´ o `hacer tener´.


Pese a las dificultades para aislar las palabras que aparecen en la MdI y en superar el galimatías de que la inscripción fue hecha en dos fases, la primera mediante esgrafiado -con un punzón- y la segunda punteada, no coincidentes en todos sus signos, la mayoría de los autores reunidos en el seminario se inclinaban por considerar vascónica la lengua empleada, aunque Julen Manterola, de la UPV, y Céline Mounele, de la Université de Pau et des Pays de l´Adour, sostienen que una filiación vasca del texto no puede ser comprobada; y Eneko Zuloaga y Borja Ariztimuño, ambos de la UPV, entienden que “no es posible descifrar” el texto “a través de lo que sabemos sobre el vasco histórico y sobre el protovasco”, ni siquiera en la divinidad apuntada por Orduña, Otzirtanes, del que niegan que pueda relacionarse con Ortzi, `cielo´, del euskera actual, aunque admiten que se puede aislar alguna palabra como zori on. Extremo que no comparte Joseba Lakarra, también de la UPV, para quien zorioneko no puede ser anterior al siglo X d.c., ya que es un vocablo muy tardío, de comienzos o mediados del siglo XVIII, una vez difundido por el padre Larramendi. Especialmente, desmoralizadora es la opinión de Iván Igartua, igualmente de la UPV, quien señala taxativamente: “Pese a las expectativas generadas por el descubrimiento de la mano de Irulegi, un texto -vascónico o de la lengua que sea- que no aporta algo de luz sobre ningún aspecto histórico de su relación con formas lingüísticas posteriores o sobre su propia naturaleza, es un testimonio fastidiosamente estéril”.


El lector de este artículo, a estas alturas, estará a punto de desistir de su lectura, pero le pido un esfuerzo y que continue con él, porque estamos a punto de llegar a lo más relevante. Ni más ni menos que al cuestionamiento de una de las principales tesis de la mayor autoridad lingüística del vasco. Me refiero a Luis Michelena y a la relación con las lenguas ibéricas. 


Joan Ferrer i Jané, el especialista en epigrafía paleohispánica de la Universitat de Barcelona, considera que “lo esperable era que una inscripción vascónica fuera inteligible desde el protovasco reconstruido [precisamente por Michelena]. Sin embargo, eso no ocurre con esta inscripción, que presenta un mayor grado de afinidad con lo ibérico de lo esperado. Según mi interpretación, esta situación sería favorable a la inclusión del ibérico en la familia de la lengua vasca”.  Y prosigue Ferrer: “La MdI ha aparecido en un poblado vascongado de Navarra; por lo tanto, a tenor de que nada apunta a otra dirección, la lengua usada en la inscripción debería ser la vascónica, que identificaría las variedades del continuo lingüístico vasco-aquitano al sur de los Pirineos. Uno de los dialectos del continuo debería ser el protovasco, el ancestro directo del vasco común antiguo, que, a su vez, sería el ancestro común más reciente de los diferentes dialectos del vasco”. Es decir, Ferrer está intentando incluir la inscripción de la MdI en el continuo dialectal vasco-aquitano de las dos vertientes pirenaicas, pero para ello echa mano de otra lengua: la ibérica, que a su parecer, “también pertenece a la familia lingüística del vasco”.  El modelo teórico que plantea, pues, refleja un mapa de lenguas que desde la actual Aquitania francesa a la costa mediterránea española, formaría un “continuo dialectal” de una lengua, sumando la ibérica a la vasca.


Ferrer no oculta que tal hipótesis refutaría a Michelena. “El argumento tradicional de la lingüística histórica vasca expresada en su día por Michelena es que, ante un texto sencillo del siglo I a.c [como sería el ahora descubierto de la MdI], escrito en protovasco o en una lengua estrechamente emparentada, tendríamos que ser capaces de entender su sentido general y reconocer muchos de sus componentes mediante el vasco o el protovasco reconstruido [precisamente por Michelena]”. Sin embargo, la realidad es que no es así. “La [escasa] comprensibilidad del texto desde el vasco es casi la misma que la de un texto ibérico, lengua en la que con frecuencia aparecen elementos aislados que podrían ser interpretados mediante el vasco, como también pasa con la MdI”, añade. Esto hubiera sido un anatema para Michelena, porque la lengua ibérica “no cumplía dicha condición de inteligibilidad”, lo que llevaba al mayor erudito del vasco a excluir el ibérico de la familia vasca. “En conclusión, antes de la aparición de la MdI, las expectativas apuntaban a que una inscripción vascónica sería inteligible desde el protovasco reconstruido. Sin embargo, (…) eso no ocurre con la inscripción de la MdI, que, además presenta un mayor grado de afinidad con el ibérico de lo esperado”. 


“El dilema que plantea es, o bien rechazar que la inscripción de la MdI y el vascónico sean parte de la familia del vasco -en la forma extrema del postulado de Michelena, o, en todo caso, no su ancestro directo, en su forma moderada, por no encajar en los paradigmas del protovasco reconstruido-, o bien aceptar que la hipótesis de Michelena no era correcta y que el protovasco del siglo I a.c., ininteligible desde el vasco actual, no existe y que, probablemente, fuera una lengua más cerca al ibérico de lo previsto”.


Tal consideración nos lleva a la última aportación del seminario, la de Mikel Martínez-Areta, de la UPV, quien confirma que es “muy difícil trazar una continuidad entre la lengua de la MdI (…) y el euskera que emerge en la Alta Edad Media”. Y termina su contribución a la revista, lanzando esta hipótesis: “siendo así, creo que habría que considerar como plausible la opción de que sea el aquitano (…) y no el paleoeuskera de territorio vascónico -que posiblemente desapareció con la latinización- el antecesor directo del euskera histórico”.


Tal bombazo, aunque sea a nivel hipotético, suscita numerosos interrogantes. Entre ellos, una posible vuelta al vasco-iberismo, la desprestigiada tesis de la estrecha relación entre la lengua íbera y la vasca, abandonada en el siglo XX, y el hecho de que la romanización en Hispania fuese tan intensa que conllevó la desaparición de todas las lenguas previas, no solo la ibérica, como sabíamos, sino también la vascónica, que reaparecería ya en la Alta Edad Media, pero por influencia del aquitano del otro lado de los Pirineos, permitiendo así certificar la ascendencia del antiguo aquitano en el vasco actual, como Gorrochategui lleva años defendiendo. ¿Implicaría eso un trasvase de poblaciones, del lado francés al español de los Pirineos, una vez agotado el Imperio romano? Confirmaría también que los vascones previos “eran un grupo humano multiétnico y multilingüístico”, donde habrían convergido el celtíbero, el íbero y el vascónico, como aporta el propio Martínez-Areta.


Aunque solo sea a nivel hipotético, la mano de Irulegui ya ha quedado irremediablemente a desmano de discursos interesados, como el propagado en este caso por el nacionalismo vasco, que utiliza relatos embaucadores para gentes sencillas, consistente en presentar la supuesta primera muestra del euskera en un contexto encantador de hospitalidad, salutación y bienvenida.