domingo, 10 de noviembre de 2019

Primer análisis

La ciudadanía ha castigado en las elecciones de hoy a los dos políticos que primaron en la anterior legislatura los intereses partidistas sobre los generales. 

De los dos, sin duda alguna, el más malparado ha sido Albert Rivera, que debería presentar su dimisión inmediatamente e irse a su casa, algo que no ha concretado en su primera comparecencia tras el varapalo de las urnas: la pérdida de dos millones y medio de votos. Rivera es responsable de haber acabado con la esencia de Ciudadanos, ser la formación bisagra capaz de regenerar el antiguo bipartidismo, por la pretensión de convertirse en la primera fuerza de la derecha con la esperanza de alcanzar a medio plazo el palacio de la Moncloa. Por ello, primó el interés partidista y se negó a facilitar la investidura de Pedro Sánchez, lo que paradójicamente le hubieras abierto las puertas de la Moncloa, aunque  a corto plazo como subalterno.

Y el segundo es Pedro Sánchez, quien primó lo que veía como intereses partidistas forzando nuevas elecciones, lo que paradójicamente se ha traducido en un descenso en votos, ochocientos mil, y escaños, tres. Sin embargo, si no Sánchez, al menos el PSOE, sigue siendo necesario en el futuro gobierno que desbloquee la situación crítica actual que vive España. Y esta no es otra que el auge de la ultraderecha, hasta el punto de que un 15% de los votantes ha respaldado a los neofranquistas de Vox, y la consolidación del voto independentista en Cataluña. Por tanto, se trata del triunfo de los radicalismos, que indudablemente aumentan los malos presagios sobre nuestro Estado que se instauraron desde la gran crisis de 2008. Por todo ello, el PP de Pablo Casado debería dejar de mirar el retrovisor, a Vox, y hacer posible un gobierno socialista, a fin de cuentas la primera fuerza electoral, que nos permita salir de la pesadilla.



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