miércoles, 21 de septiembre de 2022

El recurso al referéndum

Putin ha decidido vender caro el revés sufrido en Ucrania, anunciando una mayor movilización de tropas y profiriendo en el discurso televisivo dado a su pueblo una velada, pero clara, amenaza de recurrir a la fuerza nuclear. Probablemente esta última sea, hoy por hoy, una bravata más del autócrata ruso y la primera un recurso menos efectivo de lo pensado en su intento de cambiar la dinámica de la guerra. Más preocupante es su apoyo dado a los referenda anunciados en el Donbás y en otras zonas ucranianas aún en poder del ejército ruso como Jersón y Zaporiya. Aquí, cabe recordar que Crimea ya se autodeterminó, obviamente a favor de su pertenencia a Rusia, en 2014 con el 95% de respaldo de su población.


Todo ello forma parte de una estrategia mediante la cual, ahora sí, Putin quiere negociar con Ucrania el fin de una guerra, como sostiene Erdogan, en la que el dictador confiaba arrasar de inicio, pero en la que ha quedado de aprendiz de brujo. El mandatario ruso afrontará esa futura negociación, mirando esencialmente a Occidente, confiando en que los apoyos, esencialmente los armados de Estados Unidos y el Reino Unido, decrezcan en su ardor, que ha sido fundamental a la hora de dar la vuelta al curso de la guerra: de ganarla a perderla. Y en ello, jugará un papel primordial el recurso a los plebiscitos, como argumento democrático; extremo al que serán muy sensibles las opiniones públicas, especialmente las de la Unión Europea. Esa es la baza que quiere jugar Putin a la hora de intentar retener el máximo de terreno ganado en la confrontación bélica.


El referéndum, como instrumento de gobernanza, es conceptualmente atractivo no solo para las democracias, sino también para las dictaduras. Históricamente, estas últimas han recurrido a ello en numerosas ocasiones, como ejemplifica sin ir más lejos el franquismo en nuestro país. Confían en la volubilidad del ser humano y en su condición sumamente influenciable; máxime si el plebiscito se organiza desde el poder. Las democracias también han acudido a tal instrumento, dada la aureola con que las concepciones de empoderamiento popular lo han revestido. Las apelaciones a la democracia directa con la base historicista de la Grecia Clásica han sido sumamente beneficiosas para esa narrativa, pese a que suponen una deslegitimación de la democracia representativa propia de Occidente, como el Brexit ejemplifica.  


A eso va a jugar Putin, convencido del cansancio de unas opiniones públicas en Occidente que acusan los estragos económicos de la guerra. Esa es su baza, conseguir dividir aún más a la Unión Europea y confiar en que el Reino Unido y Estados Unidos dejen de pisar el acelerador, imponiendo al nacionalismo ucraniano un acuerdo que le permita salvar la cara y perpetúe su régimen, cada vez más en entredicho, como evidencia el aumento de protestas en Rusia.

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