lunes, 1 de diciembre de 2014

El viaje a Constantinopla

La visita del Papa Francisco a Estambul, la antigua Constantinopla, ha estado cargada de simbolismo respecto a las relaciones con la Iglesia Ortodoxa. Entre la Catölica y ésta existe un cisma que se remonta, ni más ni menos, a hace casi un milenio de años, en concreto a 1054. Las diferencias surgidas entonces en una Cristiandad que hasta entonces era prácticamente unitaria se pierden en las sombras de un pasado que difíclmente entendemos hoy en día, como las diferencias sobre el Filioque o la relación entre las tres personas de la Divinidad. Por eso, porque las desavenencias apenas tienen ya un calado racional, lo importante, una vez más son los símbolos, el sentimiento, tan relevante en el mundo contemporáneo. Conocedor de ello, Francisco se presentó el dìa de su proclamación en el balcón de la plaza del Vaticano como mero obispo de Roma. Y en el reciente viaje a Estambul, bajó la cerviz ante el pratiarca de Constantinopla para recibir su bendición. A cambio, Bartolomé I hizo una declaración admitiendo un primado simbólico de la iglesia de Roma.  Porque antes de 1054, la única Iglesia existente se organizaba en cinco patriarcados: el de Roma, el de Constantinopla, el de Alejandría, el de Antioquía y el de Jerusalén. Los tres últimos, que en los primeros siglos de la Cristiandad tuvieron un papel relevante, hoy en día languidecen frente a un cada vez más hostil mundo islámico. También es el caso del Estambul de hoy en día, pero dependiendo de ese patriarcado existe una creciente y poderosa Iglesia Ortodoxa en Rusia y otros países del este europeo, que es el verdadero objeto de las ansias de comunión.

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