lunes, 5 de agosto de 2013

Gracia y Justicia

Entre las potestades de los reyes en la época del Antiguo Régimen estaba la de la Gracia, la posibilidad de los monarcas de perdonar a los que previamente habían sido condenados por su Justicia. De hecho, una de las más importantes secretarías, lo que hoy llamaríamos ministerio, de las burocracias monárquicas era la de Gracia y Justicia. En ese orden. Primero la Gracia y después la Justicia, dejando clara la importancia de una y otra. Tras el Antiguo Régimen, el orden de prioridades fue afortunadamente invertido, pero los reyes conservaron la potestad de la Gracia. En las sociedades democráticas, como la nuestra, es realmente el Gobierno quien utiliza este privilegio, eso sí en nombre del rey. Lo vimos con el indulto a Ramón Jorge Ríos, un kamikaze que mató a un automovilista, José Alfredo Dolz, en la A-7. En el pasado reciente, sirvió para indultar a banqueros, como Alfredo Sáinz, y para acelerar procesos de reinserción en el marco de actividades terrroristas, cuestión ésta última que ahora ya afortunadamente no padecemos. La Gracia en sociedades como la nuestra no tiene opción de ser revisable. Es decir, una vez la sanciona el rey, no tiene vuelta atrás. Pero en otras culturas más cercanas al Antiguo Régimen, el poder del monarca es tan omnímodo que la Gracia sí es reversible. Es el caso de Marruecos. Mohamed VI indultó a 48 presos españoles en su país como gesto de deferencia a la visita que le hizo Juan Carlos I. Entre ellos había un pederasta, Daniel Galván Villa, un sujeto que había sido condenado a 30 años de cárcel por abusar de once menores. Galván, que además trabajaba como espía, abandonó el jueves Marruecos por la frontera de Ceuta. Tras la magnitud de las protestas en Marruecos por la liberación de este delincuente, el rey, en un gesto inaudito, se ha echado para atrás y ha revocado el indulto. El problema será ahora localizar al espía pederasta  y poder detenerle para que cumpla la condena en España, ya que al ser nacional español no puede ser extraditado a Marruecos. En cualquier caso, más grave aún que este terrible caso, es que todavía los reyes, o los gobiernos, dispongan de la Gracia. La ley debe prevalecer sobre todos e imponerse a todos. Ese es el verdadero Estado de Derecho, que nos merecemos, doscientos veinticuatro años después de la Revolución Francesa, aquella que pretendió acabar con el Antiguo Régimen.

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