lunes, 30 de octubre de 2017

Manipulación de la Historia

Ha sido una constante a lo largo del proceso soberanista la manipulación y tergiversación de la Historia, pecado común a todos los nacionalismos, que necesitados de una visión historicista incurren en lo que historiográficamente se denomina invención de la tradición. El último ejemplo lo pudimos apreciar el sábado en el baño de masas que se dio Carles Puigdemont en el feudo independentista de Girona. Recuerden las imágenes: El ya expresidente de la Generalitat acudió al casco histórico de la ciudad, donde fue aplaudido y agasajado por sus partidarios, mientras tomaba unos vinos. En uno de sus trayectos llegó a la plaza de la Independencia, ya en el ensanche burgués de Girona. 

Fue el momento en que Puigdemont señaló la placa de la plaza en un gesto que buscaba la complicidad de los fieles que le acompañaban. El problema es que la independencia aludida no era la pretendida de Cataluña, sino la de España. 

Me explico. La plaza de la Independencia de Girona rememora el terrible asedio a la ciudad de 1809 que el ejército napoleónico infligió en la Guerra de la Independencia. Se trató, pues, de la resistencia frente al francés, que pese a la derrota, supuso un hito en la construcción nacional española, que como es sabido inició su andadura en aquellos primeros años del siglo XIX. Hasta diez mil personas, entre soldados y vecinos, murieron en aquellos heroicos siete meses, comparables a los vividos en Zaragoza y que fueron recordados por Benito Pérez Galdós en sus Episodios Nacionales.

De hecho, los catalanes de la primera mitad del ochocientos contribuyeron entusiásticamente a la construcción nacional española que desde las Cortes de Cádiz pretendió erigir un Estado liberal, que por su progresismo fue la luz en la que se miraron otros muchos pueblos europeos y americanos que ansiaban salir de las tinieblas del Antiguo Régimen.

Entrada ya la segunda mitad de aquel siglo XIX, al calor del Romanticismo que inundaba Europa y que identificaba la lengua con el volksgeist, con el espíritu del pueblo, una parte significativa de aquellos nacionales giraron hacia la consideración de Cataluña como un ente diferenciado de España. No fueron muchos y sobre todo no era un planteamiento excluyente en el sentido de que ambas identidades eran compatibles. Fueron los años de la Renaixença y de la burguesía catalana que aspiraba a ser la locomotora de España, imitando a los emprendedores del Piamonte que dirigían la Italia unificada por la monarquía de los Saboya. 

Tal proyecto, que forjó en gran medida a España, se mantuvo durante décadas y ya en el siglo XX fue conceptualizado por Francesc Cambó, el gran líder del nacionalismo inclusivo, que lo definió en una sola frase: Per catalunya i l´Espania gran. Así, fue a lo largo del resto del novecientos, aportando ese nacionalismo moderado en no pocas ocasiones la estabilidad necesaria de España.

Todo eso cambió a partir de 2012, cuando esa misma elite se embarcó en el proceso soberanista en busca de una identidad exclusiva. Pero tal pirueta, legítima como todas, no debe hacernos olvidar los hechos históricos, que inciden en que los ascendientes de los catalanes que acompañaban el sábado a Puigdemont lucharon a muerte por la independencia española frente al francés. 

Dirán ustedes que siete generaciones después no quedan de aquellos. Puede ser, pero muchos de los que ayer se manifestaron en Barcelona son fieles herederos de los que sufrieron el asedio de Girona.

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