sábado, 2 de enero de 2021

Resta, no suma

Por si podían quedar dudas, el resultado de las negociaciones de Gibraltar las despejan. El uso de los referenda como instrumento político de consulta democrática tiene el grave inconveniente, de que salvo que sus resultados sean abrumadores, sirven más para restar, que para sumar.


En 2016 el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte celebró un referéndum sobre la permanencia de dicho Estado en la Unión Europea, que se saldó con un poco más del 48% a favor y casi un 52% en contra, pero que una vez convocado, independientemente de que fuera de una manera bastante espuria, en la medida en que el entonces primer ministro, David Cameron pretendiera incrementar su poder en el seno de su partido político, se convirtió irremisiblemente en un plebiscito nacionalista, no ya británico, sino en concreto inglés. De hecho, en Escocia de una manera abrumadora y en la mayoría de los condados de Irlanda del Norte, el voto fue mayoritario por la permanencia en el seno europeo.


Desde entonces, hemos asistido a una serie de consecuencias de aquel referéndum, la última de ellas el espectáculo de miles de camiones varados en Dover, que a todos se nos ha quedado grabado en la retina. El acuerdo al que se ha visto obligado finalmente a aceptar Boris Johnson con Bruselas, de cara a mantener unos mínimos vínculos comerciales con la Unión Europea, se ha traducido, pese a que intentó una frustrada maniobra legislativa que algunos situaron en los terrenos de la piratería, en la ruptura del mercado interior británico, apartando a la isla de Gran Bretaña de Irlanda del Norte. 


Una aduana separa desde el 1 de enero el mar de Irlanda, aminorando la soberanía del Reino Unido, que ha visto así como se concretaba una de las más viejas reivindicaciones de otro nacionalismo, el irlandés, un viejo opositor que desde la creación hace casi un siglo del Estado Libre de Irlanda y tres décadas y medio de terrorismo del IRA, con tres mil muertos por ambas partes, fueron incapaz de lograr.


Si esto es el presente, el futuro se muestra para el Reino Unido con mayores nubarrones. Escocia, unida a Inglaterra desde hace tres siglos, experimenta un resurgir de su nacionalismo, incrementado desde aquel fatídico plebiscito, donde la mayoría de los escoceses, un 62%, votó a favor de permanecer en la Unión Europea. Estos días asistimos a una campaña de su primera ministra, con publicaciones en prensa, donde exige un nuevo referéndum sobre la independencia, después de que en 2014 fuera derrotada la opción separatista por el 55% de sus votantes. 


El pensador francés decimonónico Ernest Renan conceptualizó a la nación como aquella que se somete a un plebiscito cotidiano. Ese es el camino que pretende el nacionalismo escocés y otros muchos, convencidos de que a fuerza de ejercer la autodeterminación solo existe una dirección posible: la independencia. Difícilmente un Estado, aunque aún enormemente prestigioso como el Reino Unido, puede sustraerse a esta dinámica, que convierte a las naciones en sinónimos de estados y que desde hace un siglo impera en la Europa wilsoniana, nacida de las ruinas de la Primera Guerra Mundial y que se sometió a los dictámenes de lo nacional.


Por ello, Boris Johnson lo tiene difícil para mantenerse contrario a acceder a un nuevo referéndum independentista en Escocia, máxime después de que por otro plebiscito, el objeto de este artículo, el del Brexit, se haya evidenciado que los escoceses, a diferencia de los ingleses, hubieran preferido seguir perteneciendo a ese club de estados que es la Unión Europea.


Y como última muestra de negros presagios para el otrora imperio británico se yergue la Roca, uno de los vestigios supervivientes de aquel poderoso Estado que durante el siglo XVIII y XIX enseñoreó el mundo. El 95% por ciento de los gibraltareños votaron a favor de la permanencia en la Unión Europea en el referéndum del que nos ocupamos.


Ahora, un acuerdo in extremis entre el Reino Unido y España permitirá a los llanitos seguir gozando de una de las mayores ventajas europeas, la libre circulación garantizada en el convenio de Schengen. A cambio, Londres ha debido aceptar una de las más amargas consecuencias del catastrófico referéndum: en el interior de la Roca, en zona de soberanía británica reconocida por España en Utrecht, habrá policías europeos bajo mandato de Madrid. De tal manera, que un llanito podrá circular libremente por España y en consecuencia por toda la zona Schengen, pero un británico que viaje al Peñón deberá someterse a los trámites fronterizos. Cuando a mediados de año, se corrobore el acuerdo alcanzado, Gibraltar será más europea y menos británica, en un avance sustancial desde que en 1713, hace más de tres siglos, España cediera al Reino Unido la soberanía de la Roca.


Todo ello son las consecuencias del citado referéndum, que una vez más, como suele ser usual, salvo en dictaduras que garantizan amplios resultados, ha restado, en vez de sumar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario