martes, 20 de diciembre de 2016

Libranos de la ira de los justicieros

Las imágenes de la muerte del embajador ruso en Ankara causan conmoción. No solo por la repulsa ante la muerte violenta de cualquier persona, sino por la ostentación sentimental del asesino. Un islamista que arrebatado por la justicia de sus alegatos pone fin a una vida, como un sacerdote de la antigüedad.

Con el dedo índice de la mano izquierda alzado, símbolo de su fe integrista, el autor del asesinato se muestra poseído por la ira de los justicieros, momentos después de ejecutar su venganza. Según, se le oyó, antes de caer abatido, lo hizo por las muertes de inocentes en Alepo.

El asesino se erigía así en vengador de tanta víctima opositora al régimen de Bashar al Asad, apoyado por Rusia. Descargaba así sobre el representante de Moscú en Turquía la ira por las penalidades sufridas en Alepo.

Lo que no se planteó el asesino, tal vez porque su ideología le cercenaba el intelecto, es que podía haber matado a otros, tan responsables de las penalidades que vive Siria. Así, podía haber asesinado al embajador francés por apoyar a los rebeldes contra Asad, que desde hace cinco años siembran la destrucción por el país árabe, ocasionando también mucho dolor y muertes en la sociedad siria, especialmente en la minoría alauí. O al representante de Arabia Saudí por ayudar disimuladamente al Estado Islámico, responsable de tantas atrocidades en Oriente Próximo y por todo el mundo. O al de Estados Unidos por armar a las milicias kurdas que en nombre de la liberación de una nación oprimida causan víctimas en Turquía. Incluso, podría haber disparado contra algún responsable del Estado turco, que participa indisimuladamente en la guerra siria, ocasionando igualmente destrucción.

Señor, líbranos de la ira de los justicieros. Y de todos los ideólogos que llenan las cabezas de venganza a los pobres de espíritu.

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