martes, 25 de abril de 2017

Mirarse en el espejo

Las elecciones francesas están motivando la reflexión en la izquierda española. Y más lo deberían hacer. Lo digo en el sentido de la inviabilidad de una propuesta radical dentro del PSOE, línea de la que se enorgullece Pedro Sánchez, y que difícilmente llevará al partido a La Moncloa. Sólo desde una posición de izquierdas que no cree rechazo o recelos entre el cada vez más abundante caladero de votos de centro, propio de sociedades desarrolladas y desideologizadas, se puede llegar democráticamente al poder en un Estado de Derecho y parlamentario.

Mayor madurez debería tener Podemos y extraer del caso francés la única recomendación posible: ayudar a frenar la xenofobia. Sin embargo, la nueva izquierda, representada por la formación emergente, se ha visto deslumbrada por el nacionalismo, olvidándose del internacionalismo de sus fundadores. De ahí, esos desvaríos ideológicos, como la defensa del derecho de autodeterminación. O la demagogia de la democracia directa. Jean-Luc Melenchón es el único de los candidatos derrotados que no ha dado su apoyo al centrista Emmanuel Macron. Eso sí, ha anunciando un referéndum entre sus bases para que se pronuncien, priorizando su visceral repulsa a un candidato liberal, aunque eso termine llevando al poder a Marine Le Pen

La frivolidad de tal propuesta no es disculpable. Si Le Pen logra atraerse el voto de los seguidores de Melinchon, con el que coincide en su nacionalismo anti-europeo, podría situarse en los catorce millones de votos, a tan solo cuatro del bloque que sumarán el centro, la derecha y la izquierda clásica. Afortunadamente, insuficientes, pero reflejadores del gravísimo problema existente en Francia, que, pese a la corta mirada de los nacionalistas, nos afecta a todos los europeos.

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