lunes, 24 de abril de 2017

Profundo y perturbador cataclismo

La satisfacción indisimulada con la victoria de Emmanuel Macron en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, no debe esconder el profundo cataclismo vivido en Francia, donde las dos fuerzas constitutivas de la V República, gaullistas y socialistas, han quedado laminadas en la competición que designará al todopoderoso inquilino de El Elíseo.  La residencia presidencial será ocupada por el candidato centrista o por Marine Le Pen, la dirigente del Frente Nacional, que pese a colarse en la segunda vuelta no ha logrado reeditar el éxito de las pasadas elecciones al Parlamento Europeo, donde su formación fue la más votada de Francia.

El liderazgo de Marine Le Pen en el Frente Nacional se ha caracterizado por marcar distancias con el ejercido por su padre, el exlegionario Jean-Marie, que fracasó en 2002 ante Jacques Chirac en la segunda vuelta de las presidenciales. Así, la dirigente ha huido de la etiqueta de extrema derecha atribuida a su formación, presentándose como la candidata del pueblo con un ideario xenófobo y nacionalista. Un populismo que culpa a la Unión Europea de muchos de los males de Francia.

Las posibilidades de que gane en la carrera presidencial son remotas, ya que al igual que sucedió con su padre, el resto de candidatos se unirán en un cordón sanitario frente a ella. Así, lo anunciaron anoche mismo los derrotados candidatos gaullista y socialista. François Fillon, quien despreció el Estado de Derecho y ligó su destino a lo que los franceses votaran, ha tenido la suerte merecida y se ha convertido en el primer líder de la derecha francesa que no competirá en la segunda vuelta de unas elecciones presidenciales. Tamaño fracaso tiene mucho que ver con las sospechas de corrupción que han recaído sobre él, después de retribuir con dinero público a su esposa, simulando un empleo que pudo ser ficticio. Fillon, el heredero de una tradición política consustancial a la Francia contemporánea, ha terminado representando a una odiada elite enriquecida, mientras la crisis económica golpeaba inmisericorde a los más desfavorecidos. Su descalabro es la victoria del dégagisme, un grito antioligárquico que en nuestro país fue enarbolado por el 15-M y que se podría sintetizar en un: ¡Que se vayan!

Mayor debacle ha protagonizado el candidato socialista, que ha hundido a su partido hasta extremos insospechados, hasta un magro 6% del voto. Benoit Hamon, el rebelde triunfador de las primarias socialistas frente al aparato y al moderado Manuel Valls, impuso un giro izquierdista al partido, convencido de que así recuperaría éste el ascendiente sobre los desfavorecidos. Craso error, porque ese espacio estaba ya ocupado por el izquierdista Jean-Luc Mélenchon, candidato de Francia Insumisa, formación que presenta similares rasgos que Syriza o Podemos. De hecho, el líder izquierdista recibió en la campaña la visita y el apoyo de Pablo Iglesias. A la hora de elegir entre Mélenchon y Hamon, los electores han preferido, obviamente, el original a la copia.

El dirigente de ese movimiento de contestación ha logrado un 18% de votos, convirtiendo a la formación que suscita las esperanzas de los más desfavorecidos en la cuarta fuerza electoral del país, tras los gaullistas. Mélenchon ha sido el único candidato derrotado que no ha mostrado su apoyo a Macron frente a Le Pen. Partidario de la democracia directa ha prometido un referéndum entre sus bases para que decidan si dan el voto definitivo al candidato centrista o a la dirigente del xenófobo Frente Nacional. Tal plebiscito será una buena ocasión para cuantificar cuánto izquierdista, muchos de ellos desengañados votantes socialistas, apoyan a una formación nacionalista. Hace ochenta años, en un país vecino, los defensores de tan extraño maridaje eran denominados nacional-socialistas. Sí, los nazis.

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