jueves, 3 de octubre de 2019

Referéndum y división

La propuesta del populista Boris Johnson sobre el backstop o la salvaguardia irlandesa no 
deja de ser una retahíla de viejas propuestas remendadas con cierta confusión, difícilmente asumible por la Unión Europea, salvo que la República de Irlanda se empeñe en aceptar para evitar el restablecimiento de una frontera entre su territorio y el de Irlanda del Norte, bajo soberanía británica. Pero aún así, tal concesión implicaría quebrar uno de los puntos fundamentales del acuerdo de paz del Viernes Santo, que puso fin a la actividad terrorista de uno de los grupos armados más letales de Europa, del IRA:

Johnson pretende evitar que Irlanda del Norte quede indefinidamente en la unión comercial europea, extremo que había admitido Theresa May. En nombre del nacionalismo británico, el primer ministro se niega a admitir que el mercado unitario del Reino Unido deje de estar, precisamente, unido. Además, pretende dotar a Irlanda del Norte del poder decisorio sobre la solución que finalmente se adopte, lo que supondría, además de una evidente concesión a sus socios unionistas del Ulster, una posición de preponderancia sobre el resto de la isla.


Haya o no acuerdo, pues, volveremos a levantar fronteras. Más o menos duras, pero fronteras. Eso es la principal y más perversa consecuencia del plebiscito del brexit. Una vez más se demuestra que todo referéndum divide.

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