lunes, 16 de marzo de 2020

Enfrentarse al coronavirus

El método que estamos desarrollando en España para afrontar la pandemia del coronavirus es similar al que han llevado a cabo en otros estados, especialmente los más cercanos, como muestra el caso de Italia, aunque hayamos tardado más en ponerlo en marcha, a diferencia de Corea del Sur cuya prontitud ha permitido al país asiático ver ya la luz al final del túnel. Más allá de matices, relevantes en cualquier caso,  podríamos definir el método de aislamiento, emprendido por todos estos países, como aquel que centra su atención en la salud pública, un concepto creado en el siglo XIX por liberales reformistas ingleses, como Edwin Chadwick, para combatir los efectos perniciosos de la industrialización, como el hacinamiento en las grandes ciudades surgidas entonces, y que hundía sus raíces en la Ilustración. 

El gobierno español también ha puesto su foco en este concepto. De ahí, que su principal argumentación del Estado de Alarma dictado, resida en salvar vidas, motivo loable donde los haya. Por ello, el aislamiento impuesto, como la forma de detener la epidemia, lo que nos permitirá evitar muertes, especialmente de un virus que ha demostrado una inusitada capacidad de propagación a través del contagio.

Hoy por hoy parece la fórmula más razonable de enfrentarse al coronavirus. Pero existen otras formas, como demuestra el caso del Reino Unido. Londres ha decidido no seguir la pauta mencionada y parece optar por lo que denomina la “inmunidad del rebaño”. Es decir, dejar que actúe el Covid-19 hasta que la mayoría de la población se inmunice, basándose en que  el coronavirus solo tiene una ligera mortandad, mínimamente superior a las gripes comunes. Incluso, parece que las autoridades británicas han hecho cálculos y esperan que, ya sea este invierno o cuando vuelvan los fríos, el Covid-19  terminará por infectar a 40 millones de británicos, de una población total cercana a los 68 millones. De los primeros, calculan que morirán un 1 por ciento, es decir, 400.000 personas. El resto se convertirán en inmunes y sobrevivirán.

Evidentemente tal planteamiento está muy alejado del concepto de salud pública que el liberalismo británico decimonónico desarrolló. En cambio, el gobierno de Boris Johnson parece haberse inspirado en concepciones de perpetuación de los más fuertes, con un cierto sabor añejo al viejo ideal espartano, por cierto tan grato a los nazis y tan alejado del pensamiento ilustrado.

En cualquier caso, la opción del gobierno británico sí tiene una virtualidad, que es la preservación de la fortaleza económica, punto flaco de la senda por la que se ha encaminado el resto del mundo, incluida España, que pagará un alto precio social por la derrota del virus. 

Tal vez el brexit y la necesidad de demostrarse a si mismos y al mundo que los británicos no se equivocaron, refugiándose en su nacionalismo, anide en la explicación del camino que ha tomado Londres.



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