lunes, 2 de marzo de 2020

Puigdemont, en Cataluña

Dos años y cuatro meses después, Carles Puigdemont regresó a Cataluña. Lo vimos este fin de semana en Perpiñán, localidad que los independentistas consideran parte irrenunciable de Cataluña, sin importarles lo que piensen los franceses, demostrando una vez más que todo nacionalismo es en esencia conflictivo. Unos independentistas que hasta en número de cien mil se congregaron el sábado en la localidad del sur de Francia para respaldar a su líder, huido de la Justicia española.

Esos cien mil independentistas jalearon a quien consideran el mandatario de la República catalana que ansían, mientras el mensaje del líder despreciaba la mesa de diálogo que el gobierno de Pedro Sánchez ha creado con ellos. Incluso, ovacionaron la intervención de la exconsejera Clara Ponsatí, igualmente prófuga de la Justicia, quien calificó de engaño tal foro negociador.

¿Puede haber alguien que a estas alturas crea el eslogan de Spain, sit and talk, publicitado por el independentismo? Es más, ¿puede haber alguien que siga otorgando marchamo democrático a un movimiento enraizado en forzar la independencia, pese a quien le pese? En Perpiñán, la sonrisa de la revolución quedó plenamente retratada.


Una sonrisa amarga para todos aquellos, españoles o franceses, que no comulguen con ese postulado, que invariablemente e unilateralmente debe ser logrado, independientemente de que haya una mayoría o una minoría de catalanes favorable. Y por supuesto, pese al Estado de Derecho, ese sistema jurídico-político de libertades y derechos que les impide triunfar.

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