sábado, 21 de marzo de 2020

Miserables

El hecho de que Ada Colau haya recurrido al ejército español para montar un hospital de campaña para indigentes barceloneses no debe ser motivo de crítica, ni de chanza. Es una sensata decisión de alto contenido social y de higiene pública que solo puede ser aplaudida. Incluso, recordando que hace año y medio se opuso y con éxito a la presencia de ese mismo ejército en un salón educativo celebrado entonces en la capital catalana. Ese extremo, tan solo mostraría que la alcaldesa de Barcelona ha experimentado, tras unos años de ejercicio, un proceso de maduración en su tarea y consiguiente desideologización, extremo que no tiene porqué ser censurable. 

Tal vez la crisis del coronavirus nos permita comprender lo idolatrado que tenemos a las  ideologías, algo consustancial en los últimos dos siglos. Si fuera así, nos libraríamos de un fardo y sabríamos sacar partido a la tragedia que nos asuela. Ante determinados problemas, como la mortandad que se avecina, es un atraso conservar las anteojeras ideológicas y no aprovechar, por ejemplo, al ejército para hacer tareas sociales. Es más, tal como serán de catastróficas las consecuencias económicas, sobre todo para los más desfavorecidos, todo aquello que ayude a superar cuanto antes el panorama desolador que tenemos, debiera ser bienvenido. 

No con ello, estoy propugnando el fin de las ideologías. Al contrario, entiendo que la crisis del coronavirus nos hará comprender que reducir los instrumentos estatales es suicida. Si nuestro sistema sanitario, creado por los gobiernos socialistas de la década de los ochenta y la implementación que de ello hizo Ernest Lluch, miserablemente asesinado por el terrorismo, fuera inexistente, no quiero pensar en que lamentables condiciones hubiéramos hecho frente a la situación actual. Y en consonancia pienso en otros países, como Estados Unidos, que unas anteojeras ideológicas de extremo liberalismo, pueden traducirse en una indefensión brutal de la población con menor renta.

Tampoco por ello, convendría demonizar a ese mismo liberalismo que en el siglo XIX y en la Inglaterra victoriana, conceptualizó la salud pública, algo que hoy más que nunca agradecemos, máxime si comparamos a aquellos británicos con los de hoy o al menos a su gobierno que aún se resiste a su desarrollo, confiado en una política sanitaria basada en la supervivencia de los más fuertes, de resabios innombrables y engarzados en otra ideología que sembró de cadáveres el siglo XX.

Sí, hablo del nacionalismo, del que en los últimos días hemos tenido varios desalentadores ejemplos en nuestro país. Desde aquellos que se regocijan que de Madrid se va al cielo o que quieren escupir a la cara de los soldados, hasta aquellos paranoicos del color amarillo o que exigen que los catalanes queden confinados en sus casas, cuando llevan días así por su condición de ciudadanos españoles. Se trata de personas enormemente ideologizadas, de unos miserables, que lo único que pretenden es enfrentarnos, enfangarnos en nuevas guerras  y propiciar una violencia que incluso supere en víctimas al coronavirus.


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