miércoles, 29 de abril de 2020

Provincias

No deja de ser paradójico, que las provincias, tan vilipendiadas, se conviertan periódicamente en el sistema administrativo más recurrido en nuestro Estado. Ya lo fueron en unos difíciles momentos, los peores en los últimos cuarenta años, cuando apenas arrancaba la  transición democrática, y el gobierno de entonces, dirigido por Suárez, organizó las primeras elecciones democráticas en cuatro décadas, basándose en la elección de diputados y senadores en circunscripciones electorales que identificó con las provincias. La ley para la Reforma Política, aquella que derogó todas las leyes fundamentales franquistas, diseñada por Torcuato Fernández-Miranda, lo estableció así, y desde entonces cada cierto tiempo elegimos a los representantes de la soberanía nacional, el Congreso, y  también a los del Senado, votando por provincias.

Ahora, cuando vivimos otros duros momentos, a causa de la pandemia del coronavirus, el gobierno actual, dirigido por Pedro Sánchez, ha basado su plan de desescalada del confinamiento sufrido durante esta cuarentena, precisamente en las provincias. Tal hecho, no ha pasado desapercibido en el debate que predomina en nuestra sociedad, como ha quedado claro con las críticas que varios presidentes de comunidades autónomas han planteado por no haberse elegido el marco regional como el más idóneo para avanzar hacia la normalidad que ya parece atisbarse en nuestro horizonte.

La mala prensa de las provincias viene de antiguo. Los tradicionalistas decimonónicos las tacharon de imperialistas, como hizo Vázquez de Mella, al considerarlas una copia de los departamentos que creó la Revolución Francesa, aquella que dio inicio a la Edad Contemporánea. También fueron atacadas por los nacionalismos periféricos que hicieron ya en el siglo XX del regionalismo y del marco propio de ello su aspiración política, siendo las provincias una rémora para la construcción nacional que pretenden.  Asimismo, hubo insignes intelectuales, como Ortega y Gasset, que tacharon a las provincias de torpe tatuaje con las que se había maculado la piel peninsular.

Pese a todo eso, las vilipendiadas  provincias siguen ahí, con una envidiable mala salud de hierro, casi dos siglos después de que fueran creadas por Javier de Burgos, uno de aquellos liberales decimonónicos que hicieron de las luces de la Ilustración su guía frente a la oscuridad del Antiguo Régimen.

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