jueves, 3 de octubre de 2013

Finito

Silvio Berlusconi aceptó ayer su muerte política. Eso sí, como buen histriónico, lo hizo teatralmente, en uno de los mejores coliseos para ello: el Senado italiano. Su pulso al gobierno de Enrico Letta estaba llamado al fracaso por la rebelión de los suyos, que no podían aceptar que una cuestión personal pusiera fin al único ejecutivo posible hoy en día en Italia. Aunque formalmente sus deseos de hundir el gobierno se debieran a su oposición a la política tributaria de Letta, sin margen de actuación ante la Unión Europea, todo el mundo sabía que se trataba de su último intento, el enésimo, por eludir a la Justicia. Ahora, el delincuente Berlusconi será examinado por el Senado y deberá cumplir la condena firme de un año de arresto domiciliario y expulsión de la Cámara Alta a la que le ha llevado su concepción personalista e inmoral de la política. Desde que se acabó el Antiguo Régimen, ningún ciudadano está por encima de la ley. Al líder de la derecha italiana le ha costado comprender este básico presupuesto del Estado de Derecho. Finalmente lo ha admitido. Ya era hora.

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