jueves, 10 de noviembre de 2016

Llegaron los bárbaros

La fecha del 9 de noviembre de 2016 pasará a los anales como el día en que se acabaron las dudas. Después de tantas veces anunciada su presencia y de fulgores, como el Brexit, que confirmaban su inminencia, ya no queda margen para la incertidumbre. Sí, los bárbaros han llegado.

El triunfo de Donald Trump supone constatar la resurrección del nacionalismo, ahora en Estados Unidos, el mal que hace un siglo infectó a Europa, llevando a éste continente a su destrucción y a la muerte de 60 millones de personas en todo el planeta. Y lo hace, algo repetido en la Historia, de la mano de un personaje, nieto de un inmigrante alemán llegado a la tierra de los sueños, y casado con una mujer eslovena. En su primer discurso como presidente electo ha dejado claro que en política exterior la prioridad será precisamente el nacionalismo norteamericano, padecido ya en otros momentos históricos bajo el nombre más vergonzoso de imperialismo.

Objeto de sus iras serán los migrantes, especialmente los mejicanos, a los que amenaza con deportaciones masivas. ¿De nuevo veremos traslados de poblaciones en aras de ajustar las fronteras a delirios megalómanos? El gran sueño nacionalista hecho realidad como la pesadilla que efectivamente es, sufrida ya en Europa a lo largo del terrible siglo XX.

También incidirá negativamente en el desarrollo general del planeta con su visión anti-globalización. La vuelta a un mundo provinciano y separado en compartimentos estancos, que garantice a sus connaturales empobrecidos una seguridad que se revelará igualmente falsa.

Sí, efectivamente llegaron los bárbaros. Pero como Kavafis advirtió, estaban ya entre nosotros desde mucho antes. No solo en Estados Unidos. También los tenemos en Europa, entre nosotros, alentando otros nacionalismos, aspirando a nuevas fronteras o reforzando la dureza de las ya existentes.

¿Y ante la llegada de los bárbaros, qué cabe hacer? Recuperar el sueño de los que sobrevivieron entre las ruinas de Europa, acabando con sus fronteras. Y dejar de dar palmadas en la espalda a los bárbaros.

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