Escribo esto alarmado ante la constatación de que la mística
independentista ya no es efectiva. Será posible que el sentimentalismo
nacionalista se muestre incapaz de inundar todos los sectores y situaciones.
Al menos, los trabajadores de Eulen del aeropuerto del Prat
no se han visto impelidos a olvidar todas sus reivindicaciones y plegarse a la
mediación ofrecida por la Generalitat. Es más la han desdeñado sin
contemplaciones. Solo dos de los 176 trabajadores que ayer votaron en la
asamblea se mostraron favorables a poner fin al conflicto laboral y aceptar las
condiciones que la máxima autoridad catalana había logrado sacar a la empresa.
Tamaño fracaso de la Generalitat contrasta con aquellos infatigables
activistas del independentismo que fueron a manifestarse a el Prat para
recordar a gritos a los pacientes ciudadanos que hacían largas colas,
provocadas precisamente por la huelga de celo de los trabajadores, que en una
Cataluña independiente no habría esos problemas, ya que sus autoridades los
solucionarían de inmediato.
Llama la atención también la crítica de la consejera de Trabajo
de la Generalitat, Dolors Bassa, quien tras el fracaso mediador ha descargado
sus iras contra el Comité de Empresa por imponer un determinado sistema de
votación con cuatro opciones a los trabajadores a la hora de decidir si seguían
con las protestas, relegando la propuesta de la Generalitat a solo una de
ellas.
No logro encontrar diferencias con lo que ha hecho la propia
Generalitat con la convocatoria de un referéndum independentista para el
próximo 1 de octubre, imponiendo igualmente sus criterios, y limitando en este
caso a dos las opciones posibles y negando la posibilidad de otras, como aquellas
que buscasen aproximaciones no binarias. Juez y parte es la Generalitat en ese
contencioso, al igual que lo es el Comité de Empresa en el del Prat. Debe ser
que el precepto bíblico de ver la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el
propio, sigue estando muy presente.
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