miércoles, 9 de agosto de 2017

Venezuela: la Revolución aislada

El aislamiento del Régimen de Nicolás Maduro aumenta según incrementa su represión a la oposición venezolana. La ONU ha denunciado torturas y otros abusos, como el allanamiento de morada, de las autoridades de Caracas. Asimismo, el Alto Comisionado para los Derechos Humanos del organismo que agrupa a todas las naciones del planeta ha criticado el uso generalizado y sistemático de una fuerza excesiva contra los manifestantes y opositores al gobierno. Efecto de ello, además de cinco mil detenciones arbitrarias, es la muerte acreditada de 46 personas por la acción de las fuerzas antidisturbios y de otros 27 a manos de grupos parapoliciales, fuertemente ideologizados, los denominados colectivos, trasunto de las fuerzas de choque que en los años treinta del siglo pasado imponían su ley en un mundo que se deslizaba fatalmente hacia los totalitarismos.

Mercosur, la más decidida institución de integración regional sudamericana, ha suspendido la participación de Venezuela en su organismo. Estados Unidos ya ha impuesto sanciones a altos funcionarios del gobierno venezolano, mientras mantiene en la recámara su amenaza de reducir sus importaciones de petróleo, medida de difícil gestión interna, pero que pondría en jaque a los dirigentes caraqueños que sufragan el Régimen con las rentas del oro negro. La Unión Europea, más diletante aún, evalúa su respuesta a la situación que se vive en las calles de las ciudades venezolanas. Más efectiva parece la declaración de 17 cancilleres del hemisferio americano, reunidos en Lima, entre los que se encuentran, además del anfitrión, México, Argentina, Brasil, Colombia y Canadá, que han emitido un comunicado tachando de dictatorial al Régimen de Maduro.   

El aislamiento de los dirigentes venezolanos, que miran a China como su tabla de salvación, país con el que comparten no solo ideología, solo es matizado por Bolivia, Ecuador, El Salvador, Nicaragua y Cuba, los restos del frente internacional forjado por Hugo Chávez en nombre de la revolución bolivariana y engrasado por los beneficios del petróleo. Precisamente Cuba se revela ahora como el modelo a seguir para una cúpula directiva, en la que destaca un Diosdado Cabello que encarna la ortodoxia del Régimen, una vez que el gobierno ha sustituido a una Asamblea Nacional votada por catorce millones de venezolanos por una Constituyente respaldada por solo siete millones, o menos aún si se confirman las sospechas existentes sobre el recuento.

La última utopía igualitaria, el Socialismo del Siglo XXI, democrático en sus orígenes, cuando lo dirigía Hugo Chávez, ha cruzado su Rubicón hacia los planteamientos revolucionarios marxistas-leninistas, retrocediendo hacia fórmulas fallidas del siglo anterior. La democracia, entendida como la mayoría del pueblo, ha sido sustituida por aquella que conceptualiza solo al pueblo revolucionario, el único sujeto capaz de modificar la denostada realidad y lograr así la ansiada justicia.

El poschavismo, que sigue contando indudablemente con una base social, buscará, cada vez más aislado, otra legitimidad, una vez denostada la democrática. Lo hará en la mística revolucionaria, como La Habana lleva medio siglo haciendo, y apoyándose en un Ejército, fiel al recuerdo de Chávez y fuertemente nacionalizado contra el imperialismo yanqui, la clave interpretativa de la revolución bolivariana, que no en vano toma su nombre del gran prócer independentista, presentando su acción como una lucha sostenida de dos siglos contra el injusto colonialismo. Por eso, el Régimen de Maduro muestra inquietud ante cualquier movimiento militar desleal.

Por ello, en el futuro, una vez se deteriore aún más la magia revolucionaria, se antoja clave la cohesión de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. El Régimen poschavista necesitará cada vez más su amparo. Pero es sabido que cuando la utopía necesita de las armas, es que estamos ya en la distopía. 

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