martes, 8 de agosto de 2017

¡Por fin!

El régimen chavista con el apoyo casi completo de la oficialidad de un Ejército mimado por el poder impone la dictadura en Venezuela.

De nada vale que el Parlamento, donde es mayoritario la oposición, fuese elegido por catorce millones de venezolanos, mientras que la Asamblea Nacional Constituyente lo haya sido, en el mejor de los casos, por solo ocho. O menos aún, si tenemos en cuenta que la empresa encargada del recuento rebajó en un millón esa cifra, que la oposición reduce aún más: a los tres millones y medio.

Y es igual, porque la oligarquía que domina hoy Venezuela, en connivencia e interrelación con los altos mandos del Ejército, ha decidido acelerar la implantación del Socialismo del Siglo XXI, utopía ideada por aquel militar revolucionario llamado Hugo Chávez. No hay duda. Han decidido imponer la Revolución, aunque la mayoría de los venezolanos no la quieran.

Pobrecitos. No saben lo que quieren, pensarán esos oligarcas del resto de sus connaturales, convencidos de que sus planteamientos gozan de una superioridad moral que les legitima, mientras les deja las manos libres para mantener su poder y sus lucrativos negocios no siempre legales. Tamaña menudencia no merece ni siquiera ser discutida. ¿Cuando la sacrosanta Revolución ha tenido que frenarse por la ley? ¡Nunca! 

A fin de cuentas, las democracias siempre han palidecido ante las revoluciones, con el aplauso de muchos que se han visto tentados en el pasado y en el presente por arrojar a sus semejantes por el abismo, mientras proclamaban que habían traído a la tierra el reino de los cielos. ¡Por fin!

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