lunes, 19 de febrero de 2018

El debate lingüístico

El debate identitario en Cataluña y por extensión en España ha llegado al punto esencial: la lengua. 

Cataluña dispone de una singularidad, que no es otra que su lengua, el catalán. Junto a otros aspectos diferenciales, como el derecho civil catalán, que entre sus más destacadas particularidades se encuentra un sistema de reparto de las herencias concentrado en un único heredero, el hereu, a diferencia del castellano donde la legítima reparte entre todos los hijos, es sin duda la lengua el aspecto más revelador de la particularidad catalana. Así, es visto en toda España y especialmente en la propia Cataluña. De ahí, la cohesionada defensa del catalán, ofrecida por casi todas las fuerzas políticas de la comunidad autónoma, como lengua vehicular en la enseñanza. Se trata, pues de un referente en la protección de dicha singularidad y así ha quedado demostrado una vez más cuando el gobierno, amparándose en el artículo 155 de la Constitución, ha amagado con introducir el castellano como lengua vehicular para los catalanes que así lo quieran.

Antes de nada, conviene precisar que en España, Cataluña no es una excepción. Singularidad lingüística y derecho civil propio también lo tiene Galicia, donde la diversidad identitaria no genera apenas conflictos. Asimismo, es el caso de Baleares. También, 
en el País Vasco y Navarra, pero en estas dos comunidades autónomas, el sistema judicial propio se completa con un potente ordenamiento político-institucional, los famosos fueros, hasta el punto que es precisamente la foralidad, más que la lengua, la singularidad vasca más relevante.  En la Comunidad Valenciana, perdido su derecho foral, la particularidad reside solo en su lengua, compartida con un castellano, que no crea problemas, a diferencia de su vecino del norte. Por último, en otras comunidades no hay una lengua diferente, pero sí un derecho civil propio, como Aragón. Todo ello, muestra la diversidad existente en España, amparada por tradiciones históricas, que han confluido en los dos últimos siglos, época en la que se ha construido el Estado-nación español. El problema, pues, no debe residir en estas diferencias, sino en convertir tales singularidades en el instrumento de una construcción nacional, basándose en la existencia de un pueblo diferenciado con atributos que le hacen acreedor de un futuro independiente.

La unívoca reacción de todas las formaciones políticas catalanas, salvo Ciudadanos, defendiendo el sistema educativo de su comunidad autónoma, basado en que solo hay una lengua vehicular, es significativa. Argumentan que así se evita la segregación, ya que ampliando el número de lenguas vehiculares, habría dos clases de estudiantes, aquellos que estudian en colegios que enseñan en catalán y los que acudirían a escuelas para aprender en castellano. Se trata de una reflexión que no conviene desechar, máxime en una región donde existen dos grupos diferenciados por sus orígenes: inmigrantes de baja renta y autóctonos de superior posición económica. Eso explica, la férrea defensa del PSC del modelo actual.

Pero, los favorables a que el castellano también pueda ser una lengua vehicular en la educación en Cataluña disponen también de una argumentación poderosa, que se podría sintetizar en lo siguiente: ¿qué sociedad amante de las libertades va a impedir que los padres puedan elegir la lengua en la que se educa a sus hijos? Negarse a ello, alegan con mucho sentido, sería propio de tiranías o de proyectos totalizadores que priorizan el concepto de pueblo, sobre el de ciudadanos.

Porque, es este aspecto, el de la lengua y la educación, en el que las dos construcciones nacionales rivales: la española y la catalana, se juegan mucho. Durante las pasadas tres décadas y media, los gobiernos del Estado español no han objetado nada al hecho del modelo educativo imperante. Tan solo ha sido el poder judicial, quien ha planteado leves modificaciones, cuya implementación ha sido de difícil concreción por la resistencia de las estructuras autonómicas catalanas. El pujolismo, considerado como uno de los hitos más relevantes de la construcción nacional catalana, conformó conscientemente tal sistema educativo, en aras de construir la nación catalana, sin pestañear ante el hecho de que en la práctica suponía imponer a centenares de miles de niños aprender en una lengua que no era la suya materna.  Los gobiernos de España, en muchas ocasiones sostenidos en el poder por el nacionalismo catalán, miraron para otro lado ante esa tropelía. 

Ahora, cuando el nacionalismo catalán ha pretendido dar la puntilla al Estado español, los efectos de tal conflicto se revelan en toda su amplitud. 


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