jueves, 8 de febrero de 2018

Memoria e Historia

Defínese el oxímoron como la combinación de dos palabras con significado opuesto. Anoche, el célebre historiador estadounidense Stanley Payne estuvo en Madrid e impartió una conferencia en el Club Financiero Génova, en la que abundó en su conocida tesis de que la memoria histórica es, precisamente, uno de los ejemplos más representativas de dicha contradicción.

La memoria histórica como instrumento historiográfico, como análisis de nuestro pasado, ha gozado en las últimas décadas de un inusitado beneplácito por parte del mundo académico. Ello ha sido debido a la primacía que se ha dado a las fuentes orales y a la defensa, encomiable en cualquier caso, de los sectores sociales más desfavorecidos, tradicionalmente más iletrados, que al no consignar por escrito sus cuitas, han visto como su pasado quedaba enmudecido.

Especialmente, la memoria histórica ha sido utilizada para desentrañar en nuestro país la época  republicana, la trágica Guerra Civil y la consiguiente represión franquista, permitiendo llevar a primer término los planteamientos de los perdedores. Todos aquellos jalones han sido también estudiados por Payne, desde que llegó a España a finales de la década de los cincuenta como un joven estudiante de doctorado para realizar su tesis sobre la Falange a la que equiparó con los fascismos de entreguerras, no pudiendo ser difundida en aquella España sórdida, porque el franquismo la censuró, teniendo que ser publicada en París en 1965 por Ruedo Ibérico. 

La memoria, no solo la de los reprimidos, carece de la objetividad necesaria, por lo que no puede convertirse, en el marco de las ciencias sociales, en el único relato de una determinada época, al igual que sería caer en el mismo error, haciendo de las de los vencedores otro dogma. El historiador ha de saber acudir a todas esas fuentes, incluyendo por supuesto a las orales, para alcanzar unas conclusiones racionales, lo suficientemente explicativas de un determinado período. También de los más trágicos e injustos de nuestro pasado. 

Mi experiencia, como investigador de la Transición Democrática, redunda en ello. He necesitado relativizar mis recuerdos de aquella época para poder escribir como historiador. Un saludable ejercicio, que incide en disputar al yo subjetivo la desmedida relevancia adquirida en la Edad Contemporánea.


De eso y de otras cuestiones, habló ayer Payne, un hispanista de 83 años que no fue grato al franquismo, pero tampoco a otras maniqueas versiones políticas más actuales. 

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