jueves, 18 de julio de 2019

¡Devuélvela!

Ese era el grito de la masa enfervorecida, de unos supremacistas blancos, incitando a su líder, Donald Trump, a enviar a las congresistas de origen latino a las tierras de las que emigraron sus ancestros. Fue en Greenville, Carolina del Norte.

No hace nueve décadas en muchas ciudades alemanas, las masas enfervorecidas, formadas por otros supremacistas, jaleaban al líder, Adolf Hitler, en aras de desarrollar un programa segregacionista, en este caso contra los judíos. 

Tal paralelismo puede ser menoscabado en la medida, argumentará algún lector, que Trump es un mandatario elegido democráticamente. Extremo que es cierto, pero también lo es el hecho de que Hitler llegó al poder democráticamente.


El problema, pues, radica en que, tanto en el siglo XX, como ahora, en el XXI, el racismo impera en amplios sectores de las poblaciones que conformaban y conforman el primer mundo. Como dijo Kavafis, no hay que temer que lleguen los bárbaros, porque los bárbaros habitan entre nosotros. Sí, somos nosotros.

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