lunes, 6 de enero de 2020

Nos guste o no

Mañana Pedro Sánchez habrá sido investido presidente del gobierno. Pese a que lo será con escasos votos más a favor que en contra, ostentará toda la legitimidad del cargo y en esa medida procederá a la más difícil operación política que afrontará nuestra democracia desde que fue restaurada hace 42 años: la negociación con el independentismo catalán.

Muchos critican el hecho de que haya antepuesto su aspiración a permanecer en la Moncloa, pagando precisamente el peaje a los independentistas. Y probablemente no falta razón a tal aseveración, máxime cuando hubiera sido menos arriesgado dejar primero a los partidos catalanes que desbrozaran el camino a través de la mesa de partidos existente en el Parlamento catalán. Obviamente, si hubiera sido así, mañana Pedro Sánchez no contaría con la abstención necesaria de ERC y en consecuencia no obtendría la investidura.

Pero, más allá de que haya puesto por delante el carro o los bueyes, Pedro Sánchez va a poder satisfacer su ambición, afrontando una ardua tarea en la que nos jugamos todos mucho. Hay que reconocer que el líder socialista se ha revelado en estos años como el mejor estratega de los políticos españoles. Recuerden lo que ha hecho de Pablo Iglesias, reduciendo el papel de Podemos a mero mozo de espadas de la izquierda, y a sus dirigentes convertirles en asentidores de sus palabras, como hemos visto estos días con Irene Montero, que con tanta cabezada rememoraba la famosa de Piqué con Bush. O lo que hizo Pedro Sánchez con Albert Rivera, destrozándolo políticamente, y dejando a Ciudadanos como un partido marginal.

También hay que reconocer que el mero desbloqueo de una mesa de negociación entre gobiernos ha dividido aún más al independentismo, en un momento además de serios reveses de la vía judicial empleada por el Estado contra dirigentes tanto de ERC como de Junts per Catalunya. 

Pero, las dudas sobre si bastará la estrategia están ahí. Y no son baladíes.Sobre todo porque, como ha dejado claro Gabriel Rufián, la mera existencia de la legislatura va a depender de esa mesa. Una mesa, que de progresar, reforzará aún más el nacionalismo español y a los partidos que se han envuelto en tal bandera, especialmente a Vox. De hecho, el peligro del fortalecimiento de los extremismos no ha parado de crecer en los últimos años, como también hemos comprobado con el nacionalismo catalán, que ahora se verá insuflado de mayor vitalidad con la sola creación de tal mesa bilateral, porque es condición humana secundar el éxito.  

Nacionalismo frente a nacionalismo, porque ambos se retroalimentan. Desactivar tal infernal maquinaria o al menos desacelerar sus consecuencias más perniciosas va a necesitar de algo más que de estrategia. Se precisará de alta política. Sin duda, pero tampoco hagan caso de tópicos propagandísticos que denigran al Estado de Derecho, como el supuesto error de judicializar la política, porque se necesitará también de respeto a la ley y de aplicación de las decisiones de los tribunales nacionales e internacionales, nos guste o no. Y si no recuerden imágenes actuales, pero también históricas, de cómo nos fue cuando la legalidad no valió nada.





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