lunes, 9 de diciembre de 2013

Ucrania, una realidad binacional

En Europa Occidental tenemos una óptica manida sobre Ucrania, basada en la prolongación de la continuación de la guerra fría y el arrinconamiento de Rusia, y propiciada por los intereses de Estados Unidos, de los que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial somos unos entusiastas defensores. A ello se suma hoy en día, las aspiraciones de una Alemania cada vez más hegemónica que extiende su mercado por los países de la antigua órbita de la Unión Soviética en los que obtiene múltiples beneficios. Es decir, tanto por influencia estadounidense como alemana, la Unión Europea pretende reducir el área de influencia de Rusia, a lo que ésta como es obvio se opone. Ucrania nació como Estado independiente tras la implosión de la Unión Soviética en la década de los noventa del siglo pasado, poniendo fin así a once siglos de unidad, articulada incluso inicialmente en torno a Kiev, la primera capital rusa, y no de Moscú.  La caída de los imperios tras la Primera Guerra Mundial no supuso alteración significativa para Ucrania que pasó de estar incluida en el de los zares a pertenecer a la recién constituida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, formalmente como un República que gozaba de esa entelequía denominada derecho de autodeterminación, pero de hecho como una mera región más del nuevo Estado comunista creado por Lenin, cuya efigie fue ayer derrocada en Kiev. En cambio, el expansionismo estalinista impuesto en Yalta tras el fin de la Segunda Guerra Mundial confirió a la Ucrania soviética, que seguía igualmente controlada con mano de hierro desde Moscú, nuevos territorios al occidente que alguna vez habìan pertenecido al Imperio austro-húngaro o a Polonia. De hecho, Alemania ahora encabeza el movimiento pendular de regreso germano a esas latitudes. Por último, fue Nikita Jruschev, sucesor de Stalin al frente del Partido Comunista de la Unión Soviética, quien transfirió en 1954 la estrategia península sureña de Crimea de la federación rusa a Ucrania, ampliando sustancialmente su territorio. Un territorio que se convirtió en independiente cuando se desintegró la URSS. Pero a diferencia de otras regiones de la Unión Soviética, que alcanzaron la soberanía tras la caída del Muro de Berlín, Ucrania no es un Estado-nación. Más bien es un Estado binacional.  Dos comunidades culturales separadas por dos lenguajes: el ucraniano y el ruso, y situadas grosso modo en ambos lados del país: al oeste -en la zona de expansionismo estalinista y en Kiev- los ucranianos, y al este y al sur los rusos. En cambio, como factores que pueden facilitar la cohesión están el hecho de que comparten la misma religión, la ortodoxa, y que étnicamente ambos grupos forman parte de la gran familia eslava. El problema está en las apetencias de Occidente y de Rusia que amenazan con desgajar el país en una lucha tiránica por imponerse en el Estado ucraniano. Obviamente ambos tienen intereses espurios para ello, aunque también hay diferencias: la aproximación de Ucrania a la Unión Europea redundaría en una mayor democratización y respeto a los principios del Estado de Derecho por parte de Kiev, mientras que la recuperación rusa de Ucrania supondría un incremento del autoritarismo y de la arbitrariedad. 

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