miércoles, 27 de diciembre de 2017

Ruptura en Cataluña

He dejado pasar unos días a conciencia, queriendo reposar los resultados de las elecciones habidas en Cataluña, con la intención de analizar más fríamente lo sucedido y con la vana esperanza de alejar el pesimismo. Pero creo que es inútil. Lo sucedido hace ya casi una semana supone una ruptura de la sociedad catalana tan grave que augura los peores presagios.

Voy a intentar extraer las certezas indudables que sinceramente creo que nadie puede poner en cuestión, independientemente de su ideología.

Primero: 2.063.361 personas han votado por la independencia, el 38,72% del censo electoral y el 47,31% de votantes. Se trata de electores que al tomar su decisión no les ha arredrado la debacle económica intuida tras las declaración unilateral de independencia representada en el Parlament en octubre pasado. Tampoco el ninguno que les ha hecho la Unión Europea. Así que, son personas cuyo deseo de independencia es tan fuerte que ni motivos racionales, como la pobreza o la exclusión de las naciones más desarrolladas, les frena.

Segundo: 2.387.056 personas han votado por formaciones políticas que apoyan el derecho de autodeterminación, el 44,85% del censo electoral y el 54,73% de votantes. Se trata de electores que consideran que ante cualquier problema tienen derecho a elegir quien forma parte del colegio electoral que resolverá la cuestión y a tomar una decisión al respecto, independientemente de que en un mundo globalizado como este afecte a otros muchos.

Tercero: Frente a ellos, existe una amplia representación de la sociedad catalana que en el caso no independentista es mayoritaria, el  41,57% del censo electoral y el 50,74% de los votantes, a diferencia de en el caso soberanista, los partidarios del derecho a decidir: el 35,49% y el 43,32%.

Cuarto: Tal fractura de la sociedad catalana es en gran medida entre el sector rural y urbano. En el primero, los independentistas son abrumadoramente mayoritarios, lo contrario que en el ámbito urbano. Tal diferencia, de resonantes y preocupantes reminiscencias decimonónicas, entorpece la construcción nacional catalana, pero a su vez hace inviable la existencia en ese mundo rural de la nación española.

Quinto: Existen grandes zonas de Cataluña, fundamentalmente el litoral urbano de las provincias de Barcelona y Tarragona, pero también la comarca urbana de Lleida y la de Arán, donde el sentimiento identitario español, compartido con el catalán, está fuera de dudas. Además son zonas de alto valor en cuanto a producción de riqueza.

Sexto: Las opciones que buscaban soluciones federales, tipo los socialistas, o confederales, tipo los comunes, han sido penalizadas por los electores. No representan, hoy por hoy, una solución. Puede que más que por sus planteamientos, por el descrédito de una izquierda que se ha dejado llevar por los cantos de sirena del nacionalismo (derecho a decidir) en el caso de los segundos y que se dejó engatusar en el pasado en el caso de los primeros.

Conclusión: Todo aboca a una dicotomía tremenda, que presagia el enfrentamiento en el seno de la sociedad catalana: la ruptura en Cataluña.

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