lunes, 3 de septiembre de 2018

Vic, el alba de la distopía

La megafonía transmite el mantra del reino de los cielos, la independencia que está al alcance de la mano, el asalto a un paraíso, que por fin se hará realidad. La torre del Ayuntamiento predica la buena nueva a una población de apocados sin fisuras que muestra su gratitud ante el maná que cae en las calles, bendiciéndolas.

Hace mil doscientos años, era la voz del almuecín, la que llamaba a la umma a la oración,  a una comunidad unida, sin disidencias. E igualmente convencida de su sueño. Poco después, fueron las campanas, que tocaban sin disonancias, augurando el reino de los justos. Hasta llegar a formular el más excelso tradicionalismo hispánico, aquel que combatió el Progreso en aras de un carlismo militante que sometió a sangre y fuego durante todo un siglo a una sociedad atrapada en el pasado. Porque, ese es el afán totalitario, que desemboca irremediablemente en la distopía. 

Dentro de poco, una o dos generaciones, de repente, el alba se convertirá en ocaso. Y la utopía se destrozará en cristales, que serán barridos en busca de un nuevo espejismo.  Y así, sin solución de continuidad, hasta el fin del idolatrado Homo sapiens.


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