martes, 10 de septiembre de 2019

Fascismo

Una de las imágenes de la actualidad de ayer era la de una multitud airada, frente a la Cámara de los Diputados, en Roma, presionando a los parlamentarios, mientras en su interior, los representantes democráticos respaldaban al nuevo gobierno italiano. Lo hacían con la intención de evitar el apoyo al nuevo ejecutivo de  los socialdemócratas y los alternativos del Movimiento 5 Estrellas, convocados por la nacionalista Liga, bajo el lema: “En nombre del pueblo soberano, no al gobierno de las poltronas”.

El líder de la Liga, Matteo Salvini, recurre  a la presión en las calles, como método sustitutorio del democrático para volver el poder, después de haberlo abandonado en una estrategia que pasará  a los libros de Historia por su estupidez. El recurso a la movilización  no es algo nuevo. Tanto él, como casi todos los políticos y las formaciones que los respaldan, han recurrido a ello a lo largo de la Historia. En no pocas ocasiones, ha dado sus frutos.

Desde 2008, sabemos, gracias a un estudio de Erica Chenoweth y Maria J. Stephan que una protesta secundada por solo el 3,5% por ciento de la población tiene serias posibilidades de triunfar e imponerse al resto de la población. Eso lo sabe Salvini y todos aquellos que quieren subvertir el orden. Cuando este es democrático, tal pretensión se llama Fascismo.



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