jueves, 25 de junio de 2020

Elecciones post Covid

Hoy empieza la campaña electoral vasca, la primera junto a la gallega, de la era post Covid 19. Los ciudadanos que residen en esas comunidades tendrán, pues, la primera oportunidad de juzgar a sus dirigentes y al papel desempeñado por ellos en la crisis desatada por la pandemia. Serán unos comicios, por tanto, singulares. No solo por los signos distintivos de tales territorios, sino también porque comprobaremos que la pandemia beneficia a los gobiernos que han mantenido una posición coherente ante la crisis sanitaria y económica vivida.


En la gallega, ha aumentado su talla la figura de su actual presidente, Alberto Núñez Feijoo, quien, a diferencia de los líderes nacionales de su partido, ha sabido erigirse como una sólida referencia gubernamental, lo que le permitirá lograr su cuarta mayoría absoluta, dejando a la segunda fuerza, los socialistas gallegos, a más de menos de la mitad de sus votos, según la última encuesta del CIS, que otorga asimismo unos porcentajes mínimos a los nacionalistas y demás confluencias de Podemos.


En Euskadi, el lehendakari Iñigo Urkullu rentabiliza igualmente la gestión frente al coronavirus, hasta el punto de hacer olvidar el grave contratiempo del desprendimiento de Zaldibar, donde aún permanecen enterrados los dos cadáveres de los operarios del vertedero. De ese buen hacer técnico y no político, solo cuestionado por el suceso de Zaldibar, se benefician Urkullu y su socio en el gobierno, los socialistas vascos.


Pero el dato más espectacular del sondeo del CIS, que si se confirma en las elecciones supondrá un cambio radical, es el hundimiento del PP en el País Vasco, partido que se presenta a los comicios enarbolando al nacionalismo español, circunstancia a la que no es ajeno el hecho de que acuda coaligado con Ciudadanos.


En los últimos años, el PP vasco, dirigido hasta hace poco por Alfonso Alonso, se había destacado por ofrecer su cara más liberal y foralista, en ningún caso incompatible con el nacionalismo español, pero sin exhibir desmedidamente a éste. Entroncaba así el PP, con la vieja tradición del liberalismo decimonónico vasco, los grandes constructores de la foralidad, evidenciando que existía otra manera de defender la singularidad vasca, no necesariamente nacionalista.Pero, desde Génova, el PP descabezó al equipo de Alonso, reinstaurando la vieja bandera del nacionalismo español, que a ojos de muchos vascos quedó definitivamente empañada en la dictadura franquista. Ahora, el PP recogerá los magros frutos de ese error estratégico, alimentado por el sector aznarista del PP. 


En una sociedad tan saturada de nacionalismo, como la vasca, no parece muy inteligente combatir un nacionalismo con otro. 

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