viernes, 21 de octubre de 2016

La democracia directa

La alcaldesa de Madrid se ha mostrado convencida de que vivimos el fin de la democracia representativa y que por ello asistimos a la crisis de los partidos políticos. Manuela Carmena se muestra así partidaria de lo que denomina el empoderamiento de los individuos,circunstancia que exigiría la democracia directa. En esa democracia el instrumento esencial sería el de los referendos. Todas las decisiones las tomaría toda la sociedad, compuesta ahora sí de individuos con más poder. 

El planteamiento, sin duda, es sugerente y muy atractivo. Pero presente varias fallas, relativas al menos a las dimensiones de la futura sociedad y a la capacidad formativa de esos individuos empoderados. Ésta última implica que esos ciudadanos tengan una sólida formación intelectual para hacer frente a una sociedad en la que prima la división y especialización del trabajo, lo que supone un reto de primer orden. Imaginemos a esos individuos empoderados decidiendo, por ejemplo, sobre cuestiones relativas a la física cuántica, lo que nos mostrará la gravedad del problema.

Y la primera, aquella que incide en la extensión de esas sociedades, nos recuerda que los precedentes de la democracia directa nos retrotraen a la Grecia clásica y las ciudades-estados, donde además el nivel de complejidad de los conocimientos era mucho más simple. En el mundo actual y futuro la globalización convierte las dimensiones reducidas en una entelequia. Nos encontramos, pues, ante otra dificultad difícilmente superable.

Trabas que no debemos obviar, máxime si pretendemos una democracia directa sin las instituciones intermedias, los partidos, que dejarán a los individuos empoderados, pero sin la necesaria formación, al albur del seguimiento de aquellos que maniobren para proponer referendos con propuestas atractivas en estrechos marcos territoriales. La utopía puede así convertirse en distopía. La misma que se vivió en la Europa del período de entreguerras. De infausto recuerdo.

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