En contra de una tradición de siglos, caracterizada por un liberalismo exitoso como pocos, el Reino Unido ha decido anteponer su nacionalismo a la lógica capitalista. La decisión del gobierno de Theresa May de poner límites a la contratación de extranjeros supone, además del cumplimiento del mandato popular en el referéndum del Brexit, una sustancial variación en un Estado que fue grande gracias al comercio y la industria, lo que difícilmente casa con las naciones de la mano de obra.
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