lunes, 24 de octubre de 2016

Obvio

El PSOE ha necesitado diez meses para hacer lo que era obvio desde la noche del 20-D, cuando perdió las elecciones frente al PP. Se hubiera ahorrado un tremendo via crucis y los ciudadanos hubieran comprobado las ventajas del sistema parlamentario, con una oposición fuerte ante un gobierno minoritario y plegado a sus condiciones.

A estas alturas podrían ya estar derogadas las leyes Wert y Mordaza, modificada en sus aspectos más duros la reforma laboral e iniciado el debate en sede parlamentaria de la reforma constitucional. Y todo ello no ha sido posible por un cúmulo de circunstancias, que el PSOE debería analizar en clave autocrítica si pretende vover a ser la alternativa de izquierdas en España. 

Primero: replantearse la elección de su secretario general en primarias entre los afiliados, recuperando tal potestad el congreso del partido como ha sido tradicional en una formación federalista y con fuerte presencia territorial en sus órganos internos. De hecho, ha sido el primer líder elegido bajo ese innovador sistema, Pedro Sánchez, el que ha llevado a romper la cohesión del PSOE. Sánchez, ungido por las bases, se sintió lo suficientemente fuerte como para ignorar a las poderosas federaciones territoriales, provocando el mayor efecto disgregador vivido en el partido desde la vuelta de la democracia a España hace cuarenta años. Por tanto, la vuelta a la fórmula de los congresos con plenos poderes, entre ellos la elección de su secretario general, se hace necesaria, ya que evitará por un lado el presidencialismo de quien se sabe investido por sus bases y no por los consensos alcanzados entre las diferentes sensibilidades, también las territoriales. No está de más recordar, al respecto, que los partidos de izquierda eligen un mero secretario de una ejecutiva, no a un presidente del partido, como hacen los de derechas. Y por otro lado, sería un síntoma saludable que el PSOE dejara sus complejos frente a Podemos, formación que tiene a gala desarrollar la denominada democracia directa, entre cuyas aplicaciones se encuentra la de las primarias, que hoy por hoy no garantizan una mayor salud participativa y presentan tremendos recuerdos de la época cuando Europa se abrazó a la moda de los caudillismo y de los plebiscitos de infausta memoria.

Segundo: sería muy positivo que los barones territoriales actuaran con más lealtad que la mostrada con Pedro Sánchez, unificando el discurso que ofrecen en los órganos del partido con el que siembran en filtraciones interesadas. Es lo mínimo que se debe exigir: que digan lo mismo a la cara, que a la espalda, de su secretario general. Hasta el Comité Federal de este domingo no ha habido un dirigente que haya expresado en el máximo órgano socialista entre congresos que estaba a favor de otra opción que la negativa a investir a Rajoy. Nadie dijo en las múltiples reuniones de ese órgano desde el 20-D que había que abstenerse, hasta este domingo, cuando de repente 139 apoyaron esa tesis frente a los 96 que mantuvieron su oposición. 

Tercero: el PSOE debe dejar de depender tanto de los medios de comunicación afines, que primero jalearon a Sánchez para iniciar una ridícula aventura con Podemos y los soberanistas, y después, tras el nuevo fracaso del 26-J, le dejaron a los pies de los caballos, una vez descubierto que el rey estaba desnudo.

Cuarto: los socialistas deben evitar obsesionarse con Podemos como han hecho en estos diez meses, condicionando lamentablemente su estrategia a la formación de Pablo Iglesias. El PSOE debe apostar por hacer una oposición de izquierdas luchando contra las evidentes desigualdades de oportunidades existentes en nuestra sociedad, de defensa del Estado de Derecho y de la democracia representativa. No en balde, esas tres causas suscitan el apoyo de la mayoría de los ciudadanos.

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