lunes, 10 de febrero de 2020

Irlanda, el laberinto nacionalista

La victoria en votos del Sinn Féin en las elecciones irlandesas supone un vuelco sustancial político en aquella república, más allá de que el peculiar sistema electoral isleño escamotee su triunfo en escaños y termine impidiéndole gobernar. Pero el solo hecho de haber superado el tradicional bipartidismo irlandés, incólume desde la separación irlandesa del Reino Unido, es un hecho enormemente relevante.

A estas horas, deben lamer sus heridas los dos partidos tradicionales, el Fianna Féil y el Fine Gael, cuyas diferencias no se expresaban en términos de derecha o izquierda, sino que se enraizaban en las trágicas querellas internas del nacionalismo irlandés que luchó desde la década de los veinte del siglo pasado contra la presencia británica en aquella isla.

En la victoria del Sinn Féin ocupa un lugar relevante el haberse presentado con un programa izquierdista, al que muchos irlandeses han prestado oídos a causa de las desigualdades acrecentadas por la intervención económica europea de hace diez años que se tradujo en unas políticas leoninas de austeridad. Entre ellos, muchos jóvenes que tienen problemas con los alquileres desorbitados y con su incorporación en condiciones indignas al mercado laboral.

Ello no nos debe hacer olvidar otro hecho irrefutable. El Sinn Féin fue desde los setenta del siglo pasado  el brazo político de una de las organizaciones terroristas más letales, el IRA, cuyo mayor propósito fue echar a los británicos del último rincón isleño en el que permanecen: el Ulster. Por los acuerdos del Viernes Santo, de 1998,  el IRA abandonó las armas, pero no por ello deja de ser responsable de cerca de dos millares de muertos, extremo que parece no haber influido en los resultados electorales, lo que refleja la desmemoriada  condición humana.


¿O no? Lo digo porque si los electores irlandeses de hoy han votado por los herederos de aquello puede que detrás esté también la reacción nacionalista irlandesa al rearme del nacionalismo inglés, brotado de nuevo, ahora por un aciago referéndum, cuyas nefastas consecuencias no deja de pagar la humanidad. El nacionalismo, tal vez, siga muy presente en una isla que lleva siglo y medio enredada en el laberinto en el que le metió una de las lacras más persistentes de la contemporaneidad: el nacionalismo.

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