jueves, 14 de marzo de 2013

Anteojeras sobre el Papa

Una de las cosas que siempre me ha sorprendido de una parte significtiva de la izquierda de este país es su obsesión por convertir a la Iglesia a lo social. De tal manera, que ese prejuicio condiciona toda su visión sobre lo eclesiástico. Así Juan XXXIII fue el Papa bueno. En cambio Pablo VI fue siempre sospechoso por ralentizar el Concilio Vaticano II. Juan Pablo I representó una breve esperanza, rota por su pronta muerte. Juan Pablo II era un retrógado, aunque hubiera que admitir que muy popular. Benedicto XVI era aún peor, el hombre del Santo Oficio, aunque su humana renuncia dejara descolocado a más de uno. Y ahora Francico I parece que nos cae bien. Ha elegido un nombre mítico en la lucha contra la pobreza, el de San Francisco de Asís. Además es el primer Papa jesuita, la orden que intenta aunar la fe y la razón. Y por si fuera poco es el primer Pontífice americano, como si la Iglesia creyera en las naciones, un concepto nacido en la Ilustración, anatema para la Iglesia Católica. Por si fuera poco, leo en un periódico que normalmente acoge en sus páginas las anteojeras de la izquierda con este tema, que el nuevo Papa tiene cara de buena persona. Ante tamaño prejuicio solo cabe añadir el latinajo de sic. La Iglesia, nos guste o no nos guste, se rige por sus propias convicciones y normas. Probablemente el Colegio Cardenalicio ha elegido al mejor entre los diversos candidatos con un claro objetivo: la nueva evangelización. Europa no es ya el continente que aporta más católicos al mundo. Tan solo un cuarto de los creyentes en esta fe viven en el antiguo continente. El proceso de secularizaciön que vive Europa está dejando flamélico al antiguo bastión del catolicismo. La Iglesia lleva años intentando revertir esta situación, sin ningún éxito, salvo en algunos países que salieron de la dictadura comunista como Polonia. Y aquí el nuevo Pontífice tendrá que idear una nueva estrategia que combata ese proceso de laicización. Las Américas, en cambio, reunen a casi la mitad de los católicos del mundo, pero allí tiene también que hacer frente a un poderoso y relativamente nuevo enemigo: las iglesias pentecostales, carismáticas y evangélicas, ejemplos del nuevo Protestantismo. Algunas de ellas basan su éxito en una teología de la prosperidad, muy alejada de la ya caduca de la liberación, y que se basa en augurar el progreso material y espiritual a sus buenos fieles. Pero donde está el futuro del catolicismo es en África, que reúne ya a un quinto de los católicos del mundo. Allí se juega la Iglesia su epíteto de católica, es decir, de universal. Evidentemente para que esta nueva evangelización se sustente en una doctrina coherente, la Iglesia debe luchar contra algunas de las plagas que la acosan. Entre ellas, y sobre todo, la pederastia. Sin solucionar esos graves problemas, la Iglesia no puede pretender centrarse en la conversión, que es de lo que se debe ocupar. Y mientras la izquierda lo que debe hacer es centrarse a su vez en lo suyo: en lo social y en defender el aconfesionalismo en la sociedad del siglo XXI en la que vivimos.

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