lunes, 29 de julio de 2013

Imprudente, pero honesto

El conductor ferroviario Francisco Garzón, quien pilotaba el tren accidentado en Santiago de Compostela, asumió ayer en su declaración judicial la causa del descarrilamiento. Según admitió fue un despiste. Por eso afrontó a 190 kilómetros por hora la curva de Angrois, cuando debió haberlo hecho a 80 por hora. Era la sexagésima primera ocasión que había pasado por la curva fatídica y en las ocasiones anteriores había frenado lo suficiente para que el tren circulara sin problemas. La curva de Angrois está al final de un largo recorrido recto, donde los trenes alcanzan velocidades superiores a los doscientos kilómetros por hora. Los maquinistas reducen la velocidad antes de llegar a la curva, tal como hizo Francisco Garzón en las sesenta ocasiones anteriores.  Pero no lo hizo la última vez porque se despistó. En su declaración, el maquinista evitó quejarse del trazado, de las condiciones de la vía o el estado del tren. En suma, admitió que la culpa fue suya por no frenar a tiempo. La pregunta por tanto que tenemos que hacernos es si es razonable confiar solo en la pericia de un ser humano, en vez de asegurarnos mediante sistemas automáticos que los trenes circulen a la velocidad adecuada. Y aquí cabe plantear una crítica: ¿no se debería invertir más en seguridad? La respuesta es clara: por supuesto. Y para ello se necesita de inversiones públicas, de un Estado fuerte que obligue a las empresas de transporte a altos niveles de seguridad. Es decir, no parece muy razonable seguir desmontando el Estado en aplicación de la ideología ultraliberal. Pero volvamos a Francisco Garzón y a su declaración. El maquinista fue un imprudente, pero ante lo dicho en el Juzgado también habrá que calificarle de honesto. Por eso es muy razonable que el juez le dejara en libertad con cargos y no dictara su ingreso en prisión. Bastante tiene con cargar en su conciencia con la muerte de 79 personas, una losa moral, pero también penal, ya que más pronto que tarde le terminará por llevar a la cárcel.  Mientras nos podíamos haber evitado la imagen de ayer del maquinista llegando a bordo de un coche policial con las manos esposadas. ¿Cuantos corruptos llamados a declarar hemos visto con grilletes en las manos? Me temo que ninguno. No creo que Francisco Gómez tenga ganas de escapar, salvo de su conciencia. En cambio, tengo muchas más dudas sobre tanto ladrón que vive de la política y se le llena la boca sobre su ideología, incluidos por supuesto los que quieren desmontar el Estado de Bienestar.

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