miércoles, 3 de julio de 2013

La difícil salida de Egipto

La situación en Egipto ha llegado a un punto de enfrentamiento completo y frontal entre dos opciones ideológicas. Por un lado, la encabezada por el presidente Mohamed Morsi, elegido democráticamente, y que pretende la islamización del país. Su formación, los Hermanos Musulmanes, se ha infiltrado en todas las estructuras del Estado, salvo el Ejército, y pretende instaurar la sharia, la ley islámica en el país del Nilo. Enfrente, como una fuerza similar en cuanto a partidarios, se encuentran las fuerzas laícas, más dispersas y menos unidas en torno a un partido y un dirigente. La única figura capaz, hoy por hoy, de aglutinar a esa fuerza es Mohamed el Baradai, pero es más popular fuera que dentro de Egipto. A este grupo se unen los nostálgicos del régimen de Mubarak, los nasseristas, laícos y socialistas, que hace medio siglo fueron inmensamente populares. El problema es la existencia de dos egiptos, difícilmente reconciliables. Ello es debido al carácter holístico de los planteamientos ideológicos de ambas opciones. Es decir, sus aspiraciones sociales, políticas y económicas excluyen a sus rivales. La victoria de los islamistas impide que los laícos puedan desarrolar la vida a la que aspiran y al revés. En esa dura tesitura las posibilidades se limitan y reducen hasta que solo cabe desgraciadamente la guerra civil, mediante la cual una de los dos opciones se imponga violentamente a la otra. Morsi ha defraudado a lo que creían ver en los movimientos islamistas árabes condiciones de democratización. Es decir, que al igual que en Europa han existido partidos democrata-cristianos, en el mundo musulmàn podrían darse partidos democrata-islamistas. El caso de Turquía, país no arabe, pero si musulmàn, era un faro de esperanza que la represión ordenada por Erdogan sobre su población ha truncado. En vez de plantearse gobernar para todos y relativizar las exigencias de la mayoría que le llevó al poder, el intento de dominio de Morsi de los diferentes poderes del Estado egipcio ha mostrado la cara totalizadora de su proyecto. Muy significativo fue el decreto presidencial del 22 de noviembre, mediante el cual Morsi se autoconcedió inmunidad y plenos poderes para salvar la Revolución que desalojó a los militares nasseristas del poder. A diferencia de él, los dirgentes demócratas saben que no pueden imponer sus postulados, por mucha mayoría que tengan, porque siempre hay que respetar a las minorías que pueblan las sociedades cada vez más plurales del mundo. En ese sentido, la situación egipcia muestra paralelismos con el siglo XIX europeo, en concreto con España. Dos proyectos totalizadores y excluyentes llevaron al paìs a tres guerras civiles, desgarrándolo y convirtiendo a la península en un país misérrimo. Esa fue la lucha entre absolutistas y constitucionalistas, entre carlistas y liberales. Esa tragedia fue coronada ya en el siglo XX con la más sanguinaria guerra ocurrida por estos lares. De esa terrible dinámica empezamos a salir en 1977, con un retraso que nos llevó a la cola de Europa y que aún sufrimos.

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