lunes, 7 de marzo de 2016

Pagar al guardián de la frontera




Hoy la Unión Europea pondrá precio a la labor sucia que hará Turquía para impedir que las oleadas de refugiados de Oriente Próximo que huyen de la guerra civil siria sigan llegando al primer mundo.  No importará que Ankara esté gobernada por los islamistas y que su presidente Erdogan haga cada vez más ostentación de autoritarismo, cerrando periódicos críticos y metiendo en la cárcel a los que se oponen a su régimen, por no contar la brutal represión emprendida contra la minoría kurda.

Esos detalles no parecen suscitar un sentimentalismo en la vieja Europa capaz de poner en cuestión que nuestros dirigentes paguen a terceros la labor de guardíán de la frontera. En cambio, sí ocurrió cuando la trágica fotografía de un niño ahogado en una playa removió todas las conciencias. 

Debe ser que nuestro sentimentalismo es selectivo y se mueve por complejas asociaciones, facilmente manipulables por otro lado. Por ello, no estaría de más soslayar tanto sentimentalismo, alejarse de sus convulsiones y procurar ser más racionales.

Y ahí la clave está en articular una política europea de inmigración, sin que ningún estado de la UE pueda alegar ningún pretendido derecho de autodeterminación para poder ser insolidario.

Nos jugamos mucho en ello. Entre otras relevantes cuestiones, la propia continuidad europea, el malhadado auge del populismo y la vuelta del terrible nacionalismo.

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