jueves, 28 de julio de 2016

El bucle independentista

El independentismo catalán se ha instalado en un bucle del que no pretende salir porque es la manera de mantenerse en el poder. La declaración de ayer del Parlamento conviene entenderla bajo esa lectura. El actual presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, logra así reconciliarse con los radicales de la CUP, lo que le permitirá afrontar con posibilidades de éxito la moción de confianza del 28 de septiembre, escollo que amagaba con nuevas elecciones en Cataluña y la amenaza cierta de que el partido que fue fundado por Jordi Pujol, independientemente de su nombre ocasional coetáneo, perdiera por segunda vez en su historia el poder en Cataluña. La anterior ocasión en que eso ocurrió, cuando Pasqual Maragall osó tamaña temeridad, llevó a la entonces Convèrgencia Democràtica de Catalunya y a su entonces líder, Artur Mas, a echarse en manos del independentismo.

El actual Partit Democràtico de Catalunya no puede permitirse abandonar la Generalitat, porque eso supondría su tumba definitiva, al privarle de su red clientelar. Por ello, nada más cómodo que instalarse en el bucle permanente. Más allá de la melancolía intrínseca al nacionalismo, como diría Jon Juaristi, vivir en el bucle permite seguir ocultando que tras el nacionalismo solo se esconde las ansias de perpetuarse en el poder.

Ahora, la mayoría del Parlamento, que no de Cataluña, conformada por Junts pel Sí y la CUP, propone volver al 9 de noviembre de 2014. Aquel día, hubo una votación organizada unilateralmente que como no podía ser de otra manera salió favorable a la independencia. El nuevo espejismo del bucle es repetirla y de esa manera seguir alimentando la melancolía y sobre todo mantenerse en el poder.

Tanto Puigdemont, como su antecesor Mas, saben que la independencia solo es posible en el seno de la Unión Europea y por ello quien realmente la otorgará o la denegará serán nuestros socios europeos. Y son muy conscientes que el simulacro del 9-N no gustó en Europa por su carácter unilateral. Por ello, la vuelta al bucle solo se comprende para no perder el poder, para mantenerse en las poltronas y seguir ostentando el mando desde las oligarquías locales con la red clientelar tradicional.

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