martes, 26 de julio de 2016

Mimetismos

La ola de sucesos violentos que viven Francia y Alemania tiene una explicación: mimetismo. El joven que disparó en un centro comercial de Múnich pretendía emular al supremacista Anders Breivik quien mató a 77 personas en Noruega en 2011. El que asesinó a su pareja repetía un patrón tan aciago como repetitivo. Y el joven que se inmoló se consideraba un seguidor del Estado Islámico, después de que otro acabase con la vida de 85 personas en Niza una semana antes a bordo de un camión. O los que han degollado a un anciano sacerdote en Normandía. O el que asesina a 19 discapacitados en una residencia en un lugar tan engañosamente lejano como Japón.

No es que el mal campe sin cortapisas. No. La explicación es más sencilla. Todos ellos copiaron un atroz patrón de conducta que ven reiterada y profusamente en un mundo ya globalizado, donde se suceden de un extremo al otro del planeta y son servidos por los múltiples canales de comunicación, que las redes sociales amplifican. Todos ellos se vieron identificados por un precedente con el que pretender explicar su violencia.

En el caso de la terrible violencia de género, los expertos saben que cuando se conoce un caso, existen más posibilidades de que una porción de personas repita tan execrable crimen. Lo mismo sucede con los suicidas. En todos ellos el efecto mimético subyace, más allá de que unos puedan ser considerados enfermos mentales, de que otros impongan sus sentimientos y de que los más mortíferos hayan llegado a conceptualizaciones excluyentes del resto de la Humanidad.

Una mímesis que nos retrotrae a nuestra condición de primates y que nos recuerda que no estamos tan alejados del chimpancé. Convendría que nuestras sociedades fueran conscientes de que somos unos animales gregarios y que no caben soluciones ridículas como levantar más fronteras, porque como dijo Kavafis los bárbaros ya están aquí. Somos nosotros, los primates.

Y ante eso solo existe una opción, aunque con réditos a muy largo plazo: la educación. Una cultura universal que no acepte paños calientes multiculturalistas y que valore a cada uno de los seres humanos, sin ninguna distinción, incidiendo en la relevancia de cada vida, independientemente de su género y condición. Ese es el único camino para abandonar el atavismo que nos encadena a nuestro pasado evolutivo: el gregarismo, que nos lleva a la mímesis.

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