martes, 21 de noviembre de 2017

Europa no lo quiere

Todo nacionalismo se basa en una creencia básica: aquel que tiene la suerte de encontrarse entre los elegidos disfruta de unas cualidades innatas que le hacen superior al resto de la Humanidad. Los ejemplos históricos son infinitos, aunque tal vez no esté de más recordar como expresión máxima de ello y más nefasta al nazismo, un pueblo que se consideraba tan superior a los demás que disfrutaba del derecho de exterminar o esclavizar al resto.

Con menor virulencia, todos los nacionalismos han pecado de esa presunción, consistente en considerarse mejores que los demás. Lo ha hecho el español, pero también ha incurrido en ello el catalán a lo largo de su historia, pero especialmente durante los últimos cinco años del denominado "procés". No hay más que recordar las declaraciones de sus dirigentes asegurando que Europa se rendiría a los pies de la nueva República catalana. Y que las inversiones llegarían así a ese constituido Paraíso sobre la tierra, mientras el maná caería sobre los afortunados miembros del "poble". Y ello, sin duda, era debido, a la propia naturaleza del catalán.

Pues bien, la realidad es muy diferente. Las inversiones no solo huyen de Cataluña, sino que Europa dejó ayer en su lugar a tanto presuntuoso, ignorando a Barcelona como la sede de la Agencia Europea del Medicamento. El mensaje fue muy claro: el nacionalismo radical catalán, cebado durante el "procés", no tiene cabida en Europa. Ante esa tesitura, ya se imaginan quién debe cambiar, ¿no?

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