miércoles, 26 de febrero de 2014

Espadas en alto

Difícilmente va a aceptar Rusia el triunfo de la Revolución en Ucrania. Las diferencias entre los manifestantes de Kiev y las elites polìticas que intentan conformar un nuevo gobierno serán indudablemente aprovechadas por Moscú. También la virtual banca rota en que ha quedado Ucrania tras los enfrentamientos sucedidos en los  ùltimos meses y la tradicional corrupciön que padece desde hace años el país excomunista. Y Rusia no lo va a aceptar, porque, independientemente de la visiön binaria entre buenos y malos que destilan las cancillerías europeas, Ucrania es mucho más compleja de lo que parece. De entrada, la mitad de la población utiliza el idioma rusa como lengua materna. Todo el este del país se siente muy unido a Moscú, especialmente la península de Crimea, que en un gesto propio de un tirano, Nikita Jrushchov cedió en 1954 a la entonces región de Ucrania. Sus habitantes, rusos, vieron como a la disolución de la Unión de Repùblicas Sociealistas Soviéticas, quedaban encuadrados en un nuevo estado independiente llamado Ucrania. Desde entonces, todas sus iniciativas de aplicar el derecho de autodeterminación han sido impedidas por los gobiernos nacionalistas de Ucrania. Pero es más, en los puertos de Crimea tiene su base la Armada rusa del Mediterráneo, gracias a un acuerdo entre Rusia y las anteriores autoridades no nacionalistas de Ucrania. En ningún caso, Moscú va a aceptar que su salida al mar Mediterráneo se vea condicionada por un nacionalismo ucraniano en auge tras la Revolución vivida estos días en Kiev. Las espadas siguen el alto, entre Europa y Rusia.

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